El viceministro de Economía expuso en el Congreso el relato del modelo kirchnerista con seguridad militante. Explicó que el petróleo es un bien estratégico, es decir decisivo y barato. Si estos últimos tiempos no lo fue, si por los azares de su cotización se encarecía con desmesura y ofrecía a sus productores una rentabilidad extraordinaria, había que abaratarlo lo más posible y volverlo a la normalidad de una tasa de ganancia razonable. Aclaró a sus alumnos senadores que no se trata de un producto cuyo valor lo fija el mercado y menos el mercado mundial, sino un insumo cuyo precio debe estar determinado por las prioridades de un plan económico global. Como el modelo es de crecimiento con inclusión –lo recordó por si nos olvidamos–, los empresarios argentinos se vieron beneficiados estos nueve años con una fuente de energía subsidiada para que pudieran ser competitivos.
Nosotros en la Argentina tenemos una versión algo exótica de la competitividad. Consideramos que somos productivos y competitivos si llueve en La Pampa, si los chinos tienen hambre de poroto, si los brasileños fabrican autos que arman acá, si por lavado de dinero e interés especulativo compran ladrillos en Puerto Madero, y si el peso es barato y el dólar y el real caros. Y somos más competitivos aún si el gas, la electricidad y la nafta se venden a los consumidores al treinta por ciento del precio de los países vecinos.
A pesar de estas valientes iniciativas, no somos demasiado originales en términos de protección al trabajo nacional. Cuando los europeos subsidian a sus campesinos no dicen que son competitivos sino que son votantes codiciados para las próximas elecciones. Cuestión de palabras, de credulidad, y de contabilidad que ordena costos y beneficios.
Por una repetida tradición nacional y popular sabemos que hay competitividades que se consiguen con una devaluación precipitada y la correspondiente hiperinflación, pero la experiencia nos enseña que esta ventaja llamada comparativa se acompaña de miseria.
En términos algo más modernos la competitividad se piensa de otro modo en países lejanos. Estos seres que habitan en las antípodas de nuestros jóvenes expertos tienen otra versión sobre los modos de sacar ventajas en la competencia internacional por ubicar los productos. Sostienen que se es competitivo por el esfuerzo y la inventiva que crean valor agregado en un mismo tiempo de trabajo. Si mal no recuerdo, creo haber leído esta revolucionaria tesis en un libro de Marx, un autor del siglo XIX que el viceministro divulga apreciar. Para eso se deben generar conocimientos en el campo de la ciencia y la tecnología, que no son sólo nombres de un ministerio ni el lema auspiciante de un megaexposhow. Así se las concibe en EE.UU., Alemania, Japón, Corea, China y otros países asiáticos de este mundo en crisis otra vez terminal. A pesar de la derrota del neoliberalismo insisten en invertir mucho dinero en el rubro bautizado como sociedad de conocimiento, y subsidian al capital, sí, así es, ellos también estimulan a los individuos emprendedores como parte de lo que el mentado filósofo llamaba fuerzas productivas; lo hacen como propone y recuerda el viceministro, pero no regalan dinero a los empresarios del transporte en nombre de la rentabilidad social de la línea Sarmiento y de las flotas de camiones de viejos amigos, ni para satisfacción de otros colegas de la llamada industria nacional, sino a científicos que se convierten en becarios de las mejores universidades del mundo en vistas a que acumulen conocimientos y estén formados para contribuir con el saber adquirido al desarrollo de su propio país. Muchos vuelven a casa a trabajar para los suyos, otros no, pero –los ignorantes en economía nos atrevemos a pensarlo– en un mundo no totalmente tutelado toda inversión es de riesgo.
Eso es lo bueno del capitalismo, que no es sólo salvaje. Asume riesgos. Y eso es lo malo del capitalismo de Estado, de los modelos que incluyen en especial a los socios amigos para luego demonizarlos, y también de los socialismos burocráticos, que jamás arriesgan nada. Por eso lo que ha sucedido con YPF-Repsol no ha perjudicado a nadie salvo al país o a los argentinos, es decir a una supuesta entelequia siempre invocada en nombre de la cual hacen discursos patrióticos los indemnes, los impunes, los beneficiarios y los militantes.
Ni la familia Kirchner, ni la familia De Vido, ni la familia Eskenazi, ni la familia Kicillof se han visto perjudicadas por el denunciado desfalco de la riqueza nacional de la que se hace responsable a la corporación española cuya caída de producción fue anunciada por ella misma públicamente hace años. No hay pruebas de que los protagonistas y voceros de la expropiación se hayan beneficiado con estos años de recíproco aliento a pesar de los reclamos y la denuncias de hoy por la condenada presencia societaria, quien opine lo contrario y sospeche de otra cosa, que acuda a la Justicia…
El viceministro justificó la ignorancia acerca de lo que todo el mundo sabía respecto del vaciamiento llevado a cabo por la empresa española con la colaboración de la elogiada gestión nacional y su patrocinador estatal, por el hecho de no estar “adentro”.
Con esta afirmación podría promulgarse un decreto por el que se eliminan definitivamente todos los organismos de control, Poder Judicial incluido. Los jueces tampoco deberían estar “adentro” del delito. Ni la policía tampoco. Pero cuando se quiere estar adentro bien que se está. Finalmente, nada nuevo aparece bajo el sol, el viceministro no hace más que expresar en palabras lo que la ciudadanía percibe en los hechos.
Argentina busca nuevos socios. Los encontrará. El petróleo es sabroso. En el momento de firmarse los nuevos contratos, hay unos cuantos a quienes también les gustaría estar adentro para auditar qué se firma, ser testigo de cómo se lo hace y si se cumple lo establecido. Hasta ahora el convidado de piedra llamado pueblo argentino estuvo afuera.
Se quiso ser competitivo distribuyendo riquezas subsidiadas y se termina pagando sumas siderales para conseguir energía. De acuerdo con nuestro modelo de succión y vaciamiento, nuevamente nos hemos quedado sin jugo. En el planeta Tierra esto se llama fracaso e irresponsabilidad dirigencial, en el siempre generoso planeta de Gardel se lo celebra como un nuevo día de la Liberación Nacional.