A 19 años de la inundación del 2003, la peor tragedia de la ciudad de Santa Fe
La escuela Zaspe es un símbolo de barrio Santa Rosa de Lima y en sus paredes todavía persiste el recuerdo del paso del Salado.
Su directora había preparado un centro para evacuados y a las pocas horas el edificio fue sepultado bajo el río. “Memoria, verdad y justicia”, sigue reclamando la ex directora, Ana Salgado, a 19 años de la peor tragedia de la ciudad.
La memoria de la inundación de 2003 tiene tantas imágenes como protagonistas. Tantos recuerdos como secuelas. Tanto dolor como víctimas. Fue la peor tragedia de la ciudad. A 19 años de aquel 29 de abril de 2003, El Litoral buscó este aniversario a una de las mujeres que escribieron en primera persona aquella historia. Ana Salgado era la directora de la escuela Monseñor Zazpe, un símbolo de la inundación. Corrió mucha agua por este río y desde 2009 Ana está jubilada. Sin embargo decidió acompañar a El Litoral en su regreso a la escuela, para hurgar en la memoria de aquellos días, ponerlos en perspectiva y reflexionar sobre lo que pasó. Y sobre lo que sigue pasando.
Salgado fue protagonista ocasional de una escena que se transformó en ícono de la inundación. La misma quedó registrada en el documental “La lección del Salado”, realizado por El Litoral. La cámara de televisión captó aquel momento de la inundación. Era una entrevista al por entonces intendente Marcelo Álvarez. Parecía ser una entrevista más de aquellos días. Pero se transformó en un testimonio fundamental para entender lo que sucedería. Es el minuto 46.10 del documental que hoy se puede ver en YouTube. La imagen muestra el estudio de radio de LT10. En el audio se escucha: “La escuela Zazpe es un sector que no se inundó y no se va a inundar”. La frase de Álvarez -fallecido en 2018- fue en respuesta a un mensaje enviado por la directora de la Zazpe, quien había ofrecido la escuela para alojar a evacuados. El intendente había ido al programa de radio en medio de la emergencia. Trataba de contener a la ciudadanía que ya estaba desesperada. El diálogo entre el intendente y la directora escolar ocurrió el martes 29 de abril de 2003, a las 8.40 horas. En ese momento del día el río Salado medía 7.86 metros y desde las primeras horas de esa lluviosa jornada el agua comenzaba a ingresar a la ciudad por el acceso de la autopista a Rosario. Pese a la aseveración del intendente que decía “No se va a inundar”, unas horas más tarde la escuela Zazpe estaba bajo agua. Y al día siguiente sólo se asomaba su techo de chapa.
Diecinueve años más tarde, Ana Salgado vuelve hoy a su querido barrio Santa Rosa de Lima. Ahora camina otra vez sobre las baldosas de la escuela Nº 1298 Mons. Vicente Zazpe, que está sobre la calle homónima y su intersección con Aguado. Mira las paredes. Los afiches hablan sobre la inundación. Se detiene en los rostros. Los de las fotografías y los de carne y hueso, que se acercan a darle un abrazo.
-Ana, pasaron 19 años de aquella mañana. ¿Cómo continuó aquella jornada luego del mensaje del intendente que te contestó que no se iban a inundar?
-Esta historia de la Zazpe y la inundación empieza un poco antes. El lunes 28 de abril dimos clases con normalidad porque el domingo en la escuela no se había votado (hubo elecciones nacionales). Hacía días que llovía y la ciudad estaba revuelta. Empezaron a llegar donaciones y les dimos de comer a los chicos. Me acuerdo que hacíamos flancitos. Me acuerdo del plato principal: pastel de carne, el más rico se hacía en la cocina de acá. Por la tarde me fui a mi casa. Yo vivía en Santiago del Estero entre 9 de Julio y San Jerónimo. Y a la noche empieza a llegarme la información de que comenzaba a entrar el agua del Salado al barrio.
Vista. La Zazpe hoy, a 19 años del agua. El barrio sigue igual, en el abandono y sin progreso. Foto: Juan Vittori
-Y ¿qué hiciste entonces?
-Entonces me dije: ‘Si me quedo acá no vuelvo nunca más a la escuela. No voy a tener derecho a pisar el barrio. La gente está sufriendo’. Pedí un taxi y el chofer no quería llegar al fondo del barrio a donde está la escuela. Bajé en el ingreso por calle Mendoza. Hoy digo que por suerte hice eso, porque pude ver todo lo que hoy recuerdo. La gente parecía hormigas. Pasaban con sus televisores, bolsos de ropa, chicos, todo en la cabeza. Y sobre todo, con la mochilita y los útiles escolares de sus hijos. Porque todos los chicos tenían más tarde en los centros de evacuados su mochila.
-Seguiste avanzando en medio de la noche…
-Caminé hasta la escuela y empecé a ver a mi gente. Abrí la escuela y comenzaron a llegar todos los trabajadores. Empezamos a ver qué había para cocinar y al rato se llenó de vecinos. Porque la Zazpe siempre había sido un lugar para alojar a evacuados, en cada lluvia fuerte. Yo había aprendido de la gente del barrio a saber hasta dónde iba a llegar el agua: miraba a qué altura ponía los huevos el caracol. Esa noche no había huevos que señalasen a dónde llegaría. Nos pusimos a atender a la gente.
-Eran las primeras horas del 29 de abril…
-Entre las personas que llegaban cae una mujer en silla de ruedas con su hija embarazada y otra niña. ¿Te imaginás eso? La mamá de la Romi Galeano me recuerda todos los aniversarios en los actos de la Plaza de Mayo que le salvé la vida a su madre. Pero se la salvamos entre todos. Empezamos a calentar leche con chocolate y mate cocido, abrimos las aulas para que la gente duerma y nos pasamos toda la noche recibiendo cada vez más gente.
-¿Ese martes 29 debían dar clases?
-En teoría había clases normales. Un vecino viene corriendo y nos dice: ‘Vengan a ver cómo está entrando el agua por calle Aguado’. Era un hilo que al rato ya era un vendaval impresionante. Ese fue el momento en el que llamé a la radio y el intendente nos dijo que no nos íbamos a inundar. Al rato el agua avanzaba escalón por escalón hasta entrar a la escuela. Yo no se nadar, y dije: ‘Hay que subir a los techos’. Otro vecino, Rubén Avellaneda, llevó a la escuela una escalera de hierro que llegaba hasta el techo. Un rato antes había ido la policía del barrio pero después nunca volvieron a evacuarnos en los camiones del Ejercito. En un momento el agua entraba con tanta fuerza que apuramos subir a los techos.
Directora. Ana Salgado fue directora de la Zazpe hasta el 2009. Pero su corazón nunca se fue del barrio Santa Rosa de Lima. Foto: Juan Vittori
-¿Qué hora era?
-De los relatos tengo hoy la idea de que habrán sido las 10 de la mañana. Pero en ese momento no había reloj. Había perdido la noción del tiempo. Subimos al techo como pudimos a esta vecina en silla de ruedas. El agua subía y subía. En eso entró una canoa a buscar a su familia y pudo evacuar a esta señora. Me acuerdo que una de las porteras, Raquel, se asustó cuando subía la escalera y quería bajar. Yo estaba debajo de ella y le tuve que dar una palmeada en la espalda, con el agua más arriba del cuello. ‘Usted puede subir, y va a subir’, le grité. Otra de las porteras, María Martínez, tenía un hijo que además era alumno. Cuando llegamos al techo comenzó a convulsionar. Milagrosamente apareció otra canoa y lo rescató.
-El barrio se auto evacuaba y ustedes resistían en el techo…
-Mucha gente estaba sobre las vías del que separa Santa Rosa de Alfonso. Esperaban que los rescaten. Recuerdo gritarnos y saludarnos con alumnos de la escuela desde los techos de sus casas vecinas. Hasta que el agua los tapó por completo y debieron salir como pudieron. Lo único que quedó fue el techo de chapa a dos aguas de la escuela, que era lo más alto del barrio. Éramos unas 400 personas allí arriba. La mitad eran niños que querían jugar. Un grupo se había amontonado en una esquina y nos advirtieron que nos debíamos separar porque estaba por ceder. Había que tratar de sujetar a los chicos que querían jugar y manejar el peso de la gente, para salvarnos de morir ahogados.
-¿Quién los rescató?
-Teníamos algunas radios y escuchábamos que estaban rescatando gente en gomones. También escuchábamos los tiros de los vecinos. No se tiraban entre ellos. Tiraban tiros al aire, desesperados, para que los ubiquen y los vayan a rescatar. Llamamos por teléfono y nunca nos evacuaron. Nos quedamos sin baterías. Cristian, un celador, me dijo: ‘Voy a bajar y voy a ir nadando’. Cuando llegó al medio de la calle no hacía pie. Se hacía de noche cuando apareció otra canoa con un muchacho. Era el hijo de mi hermana, Patricio. Venía a acompañarnos y a ayudar. Ya no teníamos más comida ni cigarrillos.
-Y en eso llegó la noche…
-La noche se hizo cerrada y comenzó a llover. Estábamos arriba del techo y ya teníamos los pies bajo el agua, que no paraba de subir. Cerca de la medianoche apareció un papá de alumnos de la escuela en una canoa y nos dijo: ‘Yo los voy a ir sacando’. Nos organizamos despacito. Primero rescató a gente que había quedado en los techos de sus casas hasta el techo de la escuela. Y después nos fue trasladando hasta las vías del tren. En el último grupo subimos mi sobrino y yo. Con 6 metros de agua abajo, sin saber nadar, tuve que subir a esa canoa para salvarme. El canoero pidió que alguien se coloque en la punta (proa) y nos agachemos, porque estaba todo a oscuras y teníamos que atravesar los cables de la luz. Una voz masculina gritó ‘Eso lo hago yo’. Fue un alumno de la escuela el que nos guió y nos salvó. A lo lejos se veían las luces del resto de la ciudad sin agua. El barrio estaba a oscuras, en silencio.
-¿Cómo continuó aquella noche?
-Chocamos contra las vías y trepamos el terraplén como pudimos con las manos como garras clavadas en el barro, a riesgo de caer al agua. Caminamos lentamente a oscuras entre los durmientes y las vías, entre los yuyos que se te enganchaban en las piernas y las alimañas, hasta llegar a la estación Mitre, en El Birri. Eso fue desesperante. Yo tropecé y tuvieron que ayudarme a levantarme a tientas.
-¿Con qué se encontraron una vez a salvo?
-Había vecinos que esperaban a su madre, a sus hijos, te preguntaban, y no sabíamos qué decirles. Seguimos caminando y nos chocamos con un contraste tremendo. Avenida Freyre era otra Santa Fe. Gente que andaba en auto y no sabía lo que estaba ocurriendo. Caminábamos como zombies, todos mojados y con olor a mierda. Porque no era agua de río ni de lluvia, era basura, cloacas y contaminación.
-¿A dónde fuiste?
-Seguí caminando y terminé en la radio LT10. No me querían dejar entrar. Golpeé la puerta hasta que entré. Enzo Volken me dio micrófono y conté todo lo que había pasado. El resto de la ciudad empezaba a enterarse de lo que nos sucedía (silencio largo y profundo). Algún día tengo que escribir todo esto -dice, y no puede hablar más.
Ana Salgado siempre tuvo el deseo de transformar a la Zazpe en una escuela de jornada completa. Ese es su sueño. Luchó por su comunidad educativa hasta que se jubiló. Nunca cortó ese cordón de amor por su gente. Hoy sigue reclamando “memoria, verdad y justicia” por las víctimas de la inundación.
Santa Fe recuerda la inundación de 2003 con el foco puesto en la prevención hídrica
La Zazpe, hoy
Laura Pascutto es quien está ahora al frente de la institución. Es la hija del extinto diputado Ángel Pascutto, militante peronista y amigo de Salgado. Eso es motivo de emoción para ambas.
Hace apenas 8 años que Pascutto forma parte de la escuela. Conoce la historia escrita sobre lo que allí pasó. De aquel plantel docente que trabajaba en la inundación de 2003 sólo quedan dos maestras: Magdalena Fernández (hoy vicedirectora) y Gloria Falcón, maestra de grado. Ambas a punto de jubilarse. En el edificio no hay recordatorios del paso del Salado. Ni placas, ni murales, ni nada. Sólo la memoria casi invisible del agua en las paredes.
-¿No hay una bandera argentina grande, grande? -le pregunta Salgado a Pascutto.
-Sí, está guardada en un cajón de la Dirección.
-Esa bandera la hice confeccionar para recordar cada aniversario a los inundados -le explica-. Está inspirada en la de la Casa Rosada. Es larga para que cuando amaina el viento sea la Patria la que le acaricie la cara a los alumnos -le cuenta Salgado a la nueva directora.
-¿Vamos a izarla? -propone emocionada Pascutto. Y caminan juntas hacia el mástil que está en medio del patio.
Un puñado de chicos se acercan a ver qué está pasando. Escuchan atentos el relato. Y cuando el pabellón comienza a flamear todos aplauden. Hay lágrimas.
Construir memoria
A la Zazpe concurren a diario unos 125 alumnos y alumnas de la Primaria. Los que sumados al Jardín de Infantes y la Secundaria son unos 500. Todos se criaron en el barrio escuchando de boca de sus padres, madres y abuelos el relato de la inundación. Y en este 29 de abril los chicos les preguntaron detalles a sus familias, dibujaron y escribieron sobre la inundación.
“Nos quedamos en un taller y el agua seguía subiendo. Estábamos todos mojados y con hambre, hasta que llegó la ayuda. Nos llevaron a la escuela Zazpe a donde estaba la directora Ana María. Nos dieron de comer y ropa seca. No sabíamos nada de mi papá hasta que dos días después apareció”, escribió Tizziano, un alumno de 5° grado, que tiene 10 años, transcribiendo el relato que su padre le contó. Y así fueron cientos de historias similares, las de los inundados de Santa Fe en 2003.
“Había mucha gente desesperada por tratar de sacar sus cosas y huir del agua que avanzada rápidamente hacia el barrio. Era un día frío y lluvioso, y las casas quedaron bajo agua. Los pocos que quedamos nos refugiamos en los techos. Cuando todo pasó fue peor. La desolación, la basura y el olor nauseabundo nos seguía inundando”, le contaron a Uriel, otro alumno de 7° grado. Y lo escribió para construir memoria colectiva. Al igual que Jazmín, de 6° grado, que escribió: “Mi mamá dice que el Salado se llevó la historia de su familia”.
VÍCTIMAS
Transcurrida la tragedia, el gobernador Carlos Reutemann nunca fue citado a declarar en la causa judicial por la inundación, pese a que muchas víctimas lo señalaron como el culpable. Falleció el 7 de julio del año pasado.
El intendente Marcelo Álvarez se retiró de la esfera pública tras su mandato y, pese a los requerimientos constantes de la prensa, no habló más del tema. Había sido procesado por la denominada Causa Inundaciones, caratulada como estrago culposo agravado por la muerte de 18 personas. Murió en el hospital Cullen el 9 de abril de 2018, tras sufrir un infarto severo.
Los muertos por consecuencias directas de la inundación fueron 23 vecinos de distintos barrios del cordón oeste, según las cifras oficiales. Organismos de Derechos Humanos hablan de que hubo 67 muertos y otros, 120. Pero además hubo cientos de víctimas colaterales. Algunas de ellas son sobrevivientes y todavía hoy sufren las secuelas. El agua del Salado inundó unas 28 mil viviendas a donde vivían unos 130 mil santafesinos y santafesinas.