Basura en la pantalla
Aquellos que usan los recursos de la Internet saben que una de las posibilidades de buscar información sobre una persona conocida es la consulta a Wikipedia. En las páginas de este sitio se puede leer un currículum vitae del personaje y una serie de vínculos detallados para enriquecer los datos de su biografía.
El común de los usuarios de la Web toma nota de la descripción ofrecida y no duda de la veracidad de la información.
Los lectores de este diario pueden hacer la prueba e ingresar a Wikipedia con el nombre de una persona conocida. Esto es ya sabido por millones de navegantes del ciberespacio. Lo que pocos saben es que cualquiera de nosotros puede ser al autor de las reseñas que se ofrecen y usar el sitio, mundialmente conocido, para difamar a quien se nos ocurra. La letra chica –si uno se fija bien, no es tan chica– dice que las páginas de Wikipedia son de edición libre y que pueden ser escritas por nosotros y modificadas de acuerdo a nuestro placer e inventiva, y cuantas veces queramos.
Es posible enterarse así de que un intelectual puede haber sido simpatizante de Videla, un miembro del PRO, un militante de la derecha, autor de un libro sobre las formas de matar a los pobres, un acerbo defensor de la pena de muerte, un ensayista que ha escrito sobre las bondades del imperialismo norteamericano y, además, colaborador de PERFIL, sección Ideas.
Se pueden combinar datos ciertos con otros falsos, mezclar las barajas y editarlas para que queden en la Internet a disposición de los consultantes. Si por azar el involucrado lee la lista de falsedades y decide borrarlas, puede hacerlo reeditando la página, y su biografía quedará impresa con la fidelidad que su trayecto de vida merece. La reseña no tendrá alteraciones hasta que el mismo navegante, que con anterioridad haya intervenido, o por la gracia de un nuevo aficionado a la Internet basura, vuelvan a reescribir lo que se les ocurra de acuerdo a su sistema de odios y a su tiempo ocioso.
Esta persecución entre gato y ratón puede proseguirse hasta el infinito de un modo anónimo, ya que nadie sabe quiénes son los que escriben, y tan sólo la fecha de la reedición es lo que aparece en la pantalla.
Este asunto no tendría mayor importancia si los ingresantes a Wikipedia tuvieran plena conciencia del mecanismo de edición empleado respecto de ciertas figuras públicas, que permite escribir cualquier cosa, sin costo alguno, y en el más estricto anonimato. Por supuesto que hay quienes tienen la posibilidad de ofrecer una serie de números de teléfono de oficinas receptoras de este tipo de descubrimientos, de denuncias, quejas, y deambular con el informe por despachos que provienen de las más disímiles dependencias estatales, no gubernamentales y privadas, para así dedicar unas cuantas horas del día a buscar al ladrón. También puede intentar recuperar su identidad usurpada y hacer una campaña de restitución de imagen y dignidad mancilladas, cuya diagramación literaria es posible encontrar en los textos de un tal Franz Kafka de Praga.
Otro modo de enlodar a personas se da en ciertos programas de televisión dedicados a repasar dichos e imágenes de otros programas de televisión. El formato en el que se envasan estos productos puede ser el de magazine o el de programa periodístico, o alguna mezcla de ambos. Se busca un personaje al que se quiere perjudicar ante la opinión pública, se reproduce una entrevista que se le haya hecho, se corta una frase, se la aísla del contexto, no se sabe de qué están hablando ni con quién, ni en medio de qué discusión, sólo basta reproducir unas palabras, hacer el montaje, el empalme, y adentro. Después unos pésimos comediantes vestidos de cronistas sonríen, otros ríen, asienten con satisfacción, y en un clima de cancherismo triunfal, comparten con su público ese plato, bien servido, de estupidez humana.
Respecto de las leyes y de la política de los medios de comunicación, las sociedades pueden padecer algo peor que un poder concentrado que ocupa una porción desmedida del Mercado. El peligro para las libertades civiles es mayor cuando los aparatos de Estado a través de sus recursos económicos, cuerpos de delegados culturales e instancias de malversación ideológica, instalan sus propias fuentes emisoras o se hacen socios de corporaciones privadas. Su objetivo es imponer un régimen vertical de poder, de control social y tutela cultural. Por eso hace uso de las técnicas de delación y enlodamiento que han sabido emplear los regímenes de las burocracias fascistas y las dictaduras especializadas en espiar adversarios políticos, distribuir soplones en cada barrio, en cada sitio laboral y en las familias.
No tiene que sorprender que esta forma de vida política, basada en la persecución y la mentira, pueda coincidir con buenos resultados económicos, al menos por un breve tiempo, y con políticas sociales distributivas que mejoran transitoriamente a sectores rezagados de la sociedad. Se puede hacer una larga lista de los éxitos económicos de las tiranías, aún en el caso de las más nefastas que haya conocido la humanidad.
La democracia no es un régimen político, sino una forma de vida que se pelea cada día y cuyos márgenes jamás están fijos. Los modos que tan dulcemente se llaman “autoritarios”, y cuyo significado es bastante más siniestro que un mero abuso de autoridad, germinan en forma dispersa de acuerdo a la zona de influencia que tienen. Los que ocupan en nuestro país un lugar no muy importante en las emisoras y fuentes de comunicación masiva, no tienen hasta la fecha recursos suficientes para que sus actividades sean algo más que una travesura mediática e internética sin mayores daños laterales ni frontales. El día que les ofrezcan más poder intentarán cumplir con el mandato encomendado con el mismo sigilo que emplean para ser reconocidos en el futuro.
Hay quienes se escandalizan ante estas observaciones de la realidad argentina y el funcionamiento de su estructura de poder. Nos recuerdan que no hay muertos por represión en el país, ni hay periodistas presos, por lo tanto la democracia, nos dicen, es un bien ganado, y la denuncia sobre un supuesto autoritarismo es fruto de una voluntad destituyente en desmedro de un régimen nacional y popular. El problema es que esta libertad no tiene dueño, y no es posesión de ningún “modelo”, menos lo es si sus cancerberos son operadores inescrupulosos y oportunistas. Nuestra libertad política comenzó a ejercerse en 1984 cuando se dijo: “Nunca más”. Aquel fue el esforzado punto de arranque frente a un sistema que le puso palos civiles y militares en la rueda. Si se busca un antecedente jurídico y épico a las luchas por las libertades, la fecha que debemos rememorar es la firma de la Constitución de 1853. El compromiso pactado fue violado repetidas veces en nombre del pueblo, de la nación, de Occidente, de la seguridad, de la Justicia, y del modelo. Su salvaguarda está en manos de la ciudadanía y no en las de un “padrino” o “madrina” acompañados por sus graciosos ahijados de la pantalla.
Este contenido no está abierto a comentarios