Crítica situación de los jardines de infantes
En la ciudad hay 39 establecimientos educativos (privados) de primera infancia. Dos ya cerraron y el resto subsiste con beneficios, algo de ayuda del Estado y un 10% de padres que sigue pagando las cuotas. Un panorama crítico que afecta a propietarios y docentes, tanto en lo económico como en lo emocional.
Desde el 16 de marzo pasado, los establecimientos educativos de todo el país tienen sus puertas cerradas a raíz de la pandemia por el Covid-19 imperante en todo el mundo. Cuatro días después se declaró el aislamiento preventivo, social y obligatorio, que más adelante se transformó en distanciamiento social. No obstante, muchos sectores permanecen aún sin abrir, y recibiendo poca ayuda. Uno de ellos son los jardines maternales.
En la ciudad de Santa Fe hay 39 establecimientos privados: 2 de ellos ya tuvieron que cerrar. En la actualidad, solamente subsisten gracias al bajo porcentaje de padres que siguen pagando las cuotas (apenas un 10%), y la venta de bienes personales o beneficios que los mismos propietarios y docentes generan. Natalia Capovilla (Jardín del Sol) y Silvina Delnino (Estación Alegría), son dos de las propietarias de estas instituciones educativas para la primera infancia. Y contaron a El Litoral el largo peregrinar en el que están transitando.
“Todos los jardines estamos pasando por lo mismo: hoy en día nuestra realidad se basa en beneficios una o dos veces por mes. Necesitamos hacerlos para poder sostener algo de los sueldos de las docentes, alquileres y gastos fijos que tenemos, como aportes y leyes sociales. Los subsidios no les llegaron a todos los jardines. Por ende, esa plata no alcanza para sostener una institución. Para que se tenga una idea, nuestros gastos (promedio) no son ni el 10% de lo que cobra un político hoy en día. Muchos tuvimos que vender bienes personales como autos o planes que habíamos empezado a pagar con mucho esfuerzo, y así poder seguir adelante”, relata Capovilla.
Y Silvina Delnino cuenta el dramático contexto: “No tenemos soluciones y nos sentimos muchas veces desamparados y solos en esta lucha, pese a que nos contenemos entre nosotros. Nuestra vida cambió desde el 16 de marzo: Íbamos al jardín a ver a nuestros chicos, a estar con ellos, a socializar. Trabajamos en educación, estudiamos y nos preparamos para eso. Ser maestras jardineras es algo que tenemos incorporado desde que somos chicas, lo tenemos en el corazón. Particularmente me duele mucho lo que está pasando”.
Emociones y sentimientos, en primera persona
Capovilla: “Siento angustia todos los días. Me desvelo y esto es algo que le pasa a los directivos de los otros establecimientos. También se debe analizar cómo influyó esto en los chicos, porque todos los padres nos comentan que la angustia, rabietas y los berrinches aumentaron. También se desvelan ellos, les cambió la rutina, porque les da seguridad venir al jardín, tener todos los días algo secuenciado para hacer. La pandemia nos cambió la vida a todos”.
Delnino: “Es muy difícil no ver a los chicos. Con algunos papás tenemos más contactos y nos mandan algunos videos, pero no es lo mismo. No poder verlos crecer, no poder estar con ellos… Lo que nos plantean muchas veces los padres es que no saben cómo hacer para que sus hijos socialicen, que quieren ver a sus compañeros, estar en el patio, extrañan a las ‘seños’. A todo eso lo sentimos y nos angustia, además de todo lo económico que atravesamos. Estamos acostumbradas a llegar y escuchar un grito, un llanto, un abrazo, una caricia o correr porque uno se golpeó un poco. A buscar estrategias, juegos, actividades, todo lo que nos lleva el día a día. En definitiva, trabajar, sentirnos útil. Y estamos sin nada desde hace más de seis meses, con un vacío enorme”.
La familia como soporte
Capovilla: “La familia nos contiene, no sólo desde lo emocional sino también desde lo económico. Personalmente me caigo y me levanto, todos los días son distintos. Pero ahí está la familia para sostenerme, porque la estamos pasando muy mal. Somos uno de los sectores que quedó sin apertura”.
Delnino: “La familia está siempre. Buscando estrategias para hacer algo nuevo. Me levantan mucho. El jardín es mi vida, así lo siento, y me lo sacaron. Puedo hacer de todo, pero no me imagino que pueda trabajar de otra cosa que no sea de maestra o teniendo mi propio jardín. Todas las docentes que nos acompañan representan un aporte muy grande, me apoyan y alientan mucho, al igual que los pocos padres que nos siguen apoyando. Un día estamos bien, otro más desganadas, otro triste… Nos falta el trabajo de todas las jornadas, del año entero. Es increíble todas las horas que pasamos dentro del jardín, es nuestra segunda casa. Hasta a nuestros hijos criamos dentro del jardín y es tremendo ver ese cambio tan grande”.
Sobre el final, ambas docentes coincidieron: “Es una angustia tremenda. Se extrañan mucho los abrazos, la compañía, ese ruido, las risas, los juegos dentro de la sala. Preparar los juegos, la fiesta de fin de año. Entendemos que es algo que sobrepasó a todo el mundo. Pero nuestro lugar quedó muy vacío de todos lados. No tenemos respuesta de nadie y nadie que nos acompaña, a excepción de los pocos padres que siguen colaborando, y de las mismas docentes”.