Cuando “arrancarse los pelos” es un trastorno
“Arrancarse los cabellos de los nervios” es una imagen, casi caricaturesca, que representa las situaciones de excesiva tensión que viven las personas en la vida cotidiana. No obstante, se trata de una conducta compulsiva que se conoce con el nombre de tricotilomanía.
Consultada por Infobae.com, Laura Galasso, licenciada especialista en psicología cognitivo-conductual y autora del libro La Nueva Psicología: Breve y Eficaz de Editorial Psicología Argentina, explicó de qué se trata este mal y cómo tratarlo.
¿Qué es la tricotilomanía?
Es el diagnóstico que damos a las personas que se arrancan compulsivamente el pelo y/o el vello de cualquier parte del cuerpo. Se trata de una conducta dañina, que escapa a la voluntad y ocurre como cualquier hábito (cruzar las piernas, abrir la heladera si se tiene hambre). La tricotilomanía es un trastorno casi desconocido, caracterizado por comportamientos que escapan al control. “No puedo dejar de hacerlo”, dicen los consultantes, no pueden parar de arrancarse. Y por más extraño que parezca, esto no les produce dolor sino placer y/o alivio de tensiones. Hay personas que utilizan agujas, lastimándose hasta el sangrado y posterior infección. Otra conducta asociada al arrancado en sí es la ingesta del pelo o de su raíz, incluso con criterios muy específicos (“como los pelos gruesos”, “paro de arrancarme cuando tuve un rato en la boca la raíz”, etcétera).
¿Es un trastorno frecuente?
Muy frecuente, hablamos de un 4% de la población. Hay dificultades para evaluar la cantidad de personas afectadas con exactitud. Como suelen ser mujeres (más de un 2%), usan los recursos estéticos -que son muchos- para simular las zonas dañadas o la calvicie total (al ser posible ocultarla, pasa desapercibida en general). De manera que salvo el reporte de los especialistas o las nuevas mediciones anónimas online, no hay forma de hallar cifras representativas. Su frecuencia también es desconocida por los mismos pacientes tricotilómanos, lo cual hace que su sentimiento de vergüenza crezca más que el de las personas afectadas por otro trastorno que es conocido por todos (depresión, bulimia y anorexia, etcétera).
¿Se la suele confundir con otra patología, o pasársela por alto calificándola como “algo del momento”?
Sí, se confunde, generalmente con el Trastorno Obsesivo Compulsivo y, como si este fuera, se medica. También se trata equivocadamente como un simple conjunto de síntomas de ansiedad y se indican ansiolíticos. Es muy grave la confusión diagnóstica cuando lleva a un tratamiento equivocado o al uso de fármacos que podrán hacer menos intenso el arrancado pero no erradicarlo, curar al paciente. La falta de especialización de los profesionales también puede dar lugar a que piensen que es algo momentáneo. En tricotilomanía hay ciclos; quienes la sufren pueden estar épocas sin arrancarse, pero no son más que momentos (en el caso de los niños muy pequeños sí puede ser algo pasajero).
¿Afecta a algún grupo en particular?
Mujeres y niños son el grupo más afectado. En los chiquitos por ejemplo puede ocurrir que no esté instalado como hábito y pasado un tiempo cese la conducta (como la succión del pulgar). Pero los padres deben estar atentos, porque si la evaluación profesional es ética tal vez estemos ante un niño que puede tratarse y no llegar a extremos que afecten el desarrollo de su personalidad. Un chico de 7 años, por ejemplo, con media cabeza sin pelo dirá “no quiero ir al colegio porque me hacen burla”. Esto genera una escolarización inadecuada, a la que se le suman las preguntas de los maestros y el equivocado castigo “no lo hagas” que en verdad termina fomentando el arrancado o que este ocurra a escondidas.
¿Cómo una persona se da cuenta que ella misma o alguien cercano sufre de tricotilomanía?
El uso de pestañas postizas, la ausencia de cejas (o estas maquilladas), la predilección por la peluca, o bien partes calvas del cuero cabelludo pueden estar indicándonos que hay arrancado patológico. La persona adulta y lúcida sabe perfectamente que tiene un problema, aún cuando desconozca que tiene un diagnóstico y tratamiento eficaz; en estos pacientes es difícil que el entorno sospeche, lo ocultan muy bien. Hay formas que pasan casi inadvertidas: recuerdo una nena que no se arrancaba de raíz sino que cortaba el pelo y lo tragaba, y sus padres se enteraron cuando hubo que operarla de urgencia por obstrucción intestinal. En niños, con retraso o no, y en psicóticos es obvio el problema para su entorno.
En su experiencia, ¿a qué extremos vio llegar a las personas que sufren este mal?
Como llegan a consulta con años, a veces décadas de trastorno, y la evaluación resulta indiscutible hay que descartar que sean pacientes en riesgo. Cuando se ingiere cabello o vello (“tricofagia”) el paciente debe ser evaluado por un médico gastroenterólogo con estudios específicos y periódicos porque los tricobezoares (“bolas” de pelo) pueden llegar a pesar kilos sin que la persona se de cuenta que eso están en su cuerpo. Sin evaluar la ausencia de estos beozares, y estando éstos alojados en el aparato digestivo, suele operarse de urgencia frente a síntomas de malestar repentino que pueden llevar a la muerte. Este es el extremo que más preocupa, el riesgo de vida. En ausencia de él, aunque sea una calidad de vida deficitaria, la gente suele convivir y adaptar su vida a la tricotilomanía (puede haber también infecciones importantes en cualquier zona del cuerpo donde existe la autolesión).
¿Cómo se supera?
El tratamiento eficaz que se utiliza en el mundo comenzó en la década del 70 y fue nutriéndose de otras investigaciones. No se trata de superar la tricotilomanía con orientaciones en psicológica, ni fármacos, ni criterios de cada psicólogo. Los pacientes prueban de todo, hasta atarse las manos, aceitar las zonas a arrancar para dificultar la conducta. Curar este trastorno implica usar una serie de procedimientos específicos, investigados como válidos por la comunidad científica; técnicas en sí, que logran la paulatina disminución del arrancado y la ausencia de “ganas” o “necesidad” de incurrir en él. Evaluamos muy bien la conducta de arrancado, en qué situaciones se da, con qué frecuencia, asociada a qué pensamientos y emociones, y comenzamos a intervenir de forma activa explicándole al paciente (o a su entorno si es un niño) qué debe hacer y cómo. Arrancarse menos no es dejar de padecer tricotilomanía. La eficacia clínica es blanco-negro aquí, se cura si el tratamiento es el indicado; el paciente se frusta sino lo es.
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