Día mundial contra la neumonía: recomendaciones y relación con el COVID-19
Por Dr. Alejandro Videla
La neumonía es la principal causa de mortalidad por infección. Se estima que la mitad de las personas que sufren COVID tienen neumonía.
Compartimos un texto del Dr. Alejandro Videla, docente de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral, jefe del servicio de Neumonología del Hospital Austral y vicepresidente de la Asociación Argentina de Medicina Respiratoria.
En la Argentina, la neumonía es la sexta causa de muerte en general y la quinta causa en mayores de 60 años. Aproximadamente, 700.000 niños y un millón de adultos murieron en el mundo por neumonía en 2019, según datos del estudio Global Burden of Disease.
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Se sabe que las vacunaciones, el diagnóstico precoz y el tratamiento temprano con antibióticos adecuados disminuye el riesgo de mortalidad por neumonía.
La neumonía puede ser causada por aspirar desde la boca al dormir, causando la entrada de gérmenes que llegan hasta el pulmón, o bien, por inhalar las partículas microscópicas de saliva que se eliminan en un estornudo, tos e incluso al hablar. Este último mecanismo se ve en las infecciones virales que se propagan con gran facilidad.
Existe mayor riesgo de neumonía en determinados grupos poblacionales. Suelen sufrirla con más frecuencia las personas mayores de 65 años y los niños menores de un año. En estos grupos, la neumonía, además, puede ser especialmente grave. Otros grupos predispuestos son los que sufren de enfermedades pulmonares (como el enfisema o la bronquitis crónica), insuficiencia renal o hepática, diabéticos, entre otros. También puede padecerla cualquier persona con bajas defensas a causa de recibir medicaciones que las disminuyen, por tumores o por enfermedades como el SIDA.
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Se ha probado que la aplicación de la vacuna antigripal disminuye no solo la aparición de gripe, sino también de neumonías. También, en pacientes de grupo de riesgo se puede aplicar una vacuna que protege contra la aparición de la neumonía por neumococo, como las personas que sufren de bronquitis crónica o tienen déficit de defensas.
Cuando una persona sufre un cuadro de tos y fiebre alta, es recomendable que consulte a un médico a fin de descartar si es solo un cuadro gripal o si puede tratarse de una neumonía. No es recomendable tomar antibióticos por cuenta propia ya que si el cuadro es viral no lo modificará, y si es una neumonía es prudente que la elección del antibiótico la realice el médico. Además, tomar antibióticos sin indicación médica termina generando gérmenes resistentes a los medicamentos. El diagnóstico y tratamiento precoz de las neumonías predicen una mejor evolución.
Neumonía y COVID-19
Se estima que la mitad de las personas que sufren COVID tienen neumonía, sobre todo aquellas con edad avanzada, obesidad, diabetes, hipertensión y otras enfermedades crónicas. Un 15% de las personas que contraen esta infección, presentan neumonía con necesidad de internarse o de recibir oxígeno suplementario.
Al tratarse de un virus respiratorio, su sitio primario de impacto es el pulmón. El virus invade las células e induce inflamación a nivel local y en todo el organismo. La infección produce aumento de producción de moco y un infiltrado inflamatorio que clínicamente produce imágenes anormales en la radiografía y la tomografía de pulmón, y se manifiesta por fiebre, dolor torácico, dificultad respiratoria y dolor en puntada de costado.
Gracias a la vacunación, y a que buena parte de la población sigue manteniendo los cuidados por la pandemia, estamos viendo que los casos han disminuido, pero no desaparecido. La positividad de los hisopados también ha mermado, lo mismo que la ocupación de camas de terapia intensiva. A pesar de la tranquilidad que esto trae, existe un claro predominio de la variante delta, que es más transmisible y se asocia a mayor riesgo de internaciones que la variante autóctona original.
Aún no sabemos a ciencia cierta cuántas personas quedan con secuelas del COVID-19. Algunas publicaciones relevaron que una de cada diez personas presenta al mes síntomas como decaimiento o fatiga y que una de cada tres tendría alteraciones medibles de su función pulmonar al momento del alta.