El cumpleaños 91 de Carlitos Balá: “Soy el hombre más feliz del mundo”
De festejo. A pura vitalidad, el humorista celebra “una vida llena de amor”. En una entrevista con “Clarín”, se anima a pronosticar: “Creo que llegaré a los 100”.
El hombre más feliz del mundo no es Matthieu Ricard, el monje budista nepalés cuya cabeza fue estudiaba por la Universidad de Wisconsin. El legítimo cerebro próspero está en Recoleta, cumple 91 años y todavía lo llaman por su diminutivo “Si me quejo soy un desagradecido. Estoy viviendo gratis. Llego a esta edad con el cariño de la gente, algo que no tienen los políticos”, celebra Carlitos Balá.
Cada 13 de agosto termina afónico. Cuatro generaciones festejan al creador de Angueto, al mismo que todavía se toma el trabajo de llamar a los fans que le envían cartas. El año pasado hasta el Papa lo saludó: “Estoy recibiendo todo el amor que di. Soy el hombre más feliz del mundo. No puedo con tantos homenajes. Me quieren tanto tanto que siento como un regalo de reyes perpetuo”, se emociona.
“No me imaginaba vivir 91 años. ¡Se me pasaron muy rápido! Como un reloj cuando se le rompe la cuerda y las agujas empiezan a caminar rapidito”, prueba morisquetas y se justifica: “A esta altura de mi vida todavía experimento el humor como un químico que prueba toda clase de líquidos. Me meto a los restaurantes con el dedo en la nariz y pregunto, ¿Necesitan a alguien para cocinar? O paro por la calle al tipo de portafolio y le pregunto: ¿Para dónde va? ‘Para allá’, me contesta y le digo, ¿Para cuál allá? ¡No me haga perder el tiempo, viejo!”.
Caminador eléctrico, píldoras para la coagulación de la sangre, alimentación sana, una esposa que vigila mejor que una enfermera. Entre tantos cuidados, Balá cree que la longevidad se logra bajo los efectos del agradecimiento: “Me emociona que el otro se ría conmigo. Me desahogo en la calle. Mi vida es hacer reír. Continuamente”, se entusiasma. “Ahora trabajo más en la calle que en el escenario. Me muero de felicidad cuando visito hospitales. Hace un tiempo me quedaba un rato después de cortarme el pelo y pensé: ¿Qué hago perdiendo el tiempo? Tengo que llevar alegría. Y entré al Anchorena. ‘Quiero hablar con el director’, dije. Y le expliqué que no quería atenderme, sino llevar un poco de sonrisas. Me quede 5 horas. Ahora espero poder visitar el Garrahan pronto”.
Detrás del personaje, asoma tímida ella, Doña Marta. Tal vez la clave de la plenitud de Carlitos sea esa mujer que contabiliza 55 años de matrimonio (y 63 de amor). Ella vivía en San Juan y Boedo. El, en Chacarita. Desde aquella fiesta de casamiento a la que Marta asistió con una amiga, no hay día en que no se ría con las picardías de Salim Balaá. “Yo tenía 18, fui a esa boda a acompañar a una amiga que salía con un amigo de él. Volvimos en el colectivo 39 y se hacía el que vendía lapiceras. De la vergüenza me fui hasta el fondo del colectivo y le dije a mi amiga: ‘Nunca más salgo con este payaso’. Pensé que era un cabeza fresca y terminó siendo el hombre más respetuoso del mundo”.
Después del guiño de haberse sumado a la campaña “Sin sal” de la Fundación Favaloro, y mientras intenta tomar clases de computación con su nieta (“aprendí a encenderla, nomás”, bromea), Carlitos le torea al centenario: “Yo creo que llego a los 100, pero espero que con felicidad, no sufriendo. Que Dios me de una muerte poco dolorosa”, se anima.
“No crea que soy egoísta. Yo no tengo problemas de dinero, pero me angustia ver a esos que esperan tres colectivos bajo la lluvia, sin bufanda, y no llegan a fin de mes. Son muchos años de ver muchos presidentes. Estoy cansado ya de que se olviden del pueblo. Esperanza nunca pierdo, pero mi vida se va y espero poder ver todo mejor. Espero que (Mauricio) Macri que sea prolijo”.
Este contenido no está abierto a comentarios