A 48 años
El inolvidable triunfo de Víctor Galíndez y el asesinato de Bonavena: una noche de tragedia y gloria
Esta fecha quedará para siempre en la historia del boxeo, recordada tanto por la valentía y el coraje de un campeón como por la dolorosa pérdida de un querido deportista.
La noche del 22 de mayo de 1976, en el “Rand Stadium” de Johannesburgo, fue testigo de un evento que dejó marcadas a miles de personas. Víctor Galíndez, un campeón mundial herido, casi ciego y furioso, enfrentó un destino que parecía adverso, transformando su lucha en una epopeya de fe y coraje.
El combate comenzó a cambiar drásticamente cuando Richie Kates, su oponente, le provocó a Galíndez una profunda herida en forma de “L” sobre el arco superciliar derecho. Las 42.125 personas presentes, junto a su hermano Roberto y sus amigos, se llenaron de horror y desesperación al ver la sangre descender por el rostro del campeón.
Sin embargo, en lugar de detener la pelea, el árbitro sudafricano Stanley Christodoulou, el médico de la Comisión de Transvaal, doctor Clive Noble, y su mánager Tito Lectoure, decidieron darle a Galíndez una última oportunidad para seguir.
El referí declaró que el choque de cabezas fue accidental, permitiendo que la pelea continuara. El médico aseguró que la herida era profunda pero no grave, y Lectoure, consciente de lo que significaría detener el combate, instó a su pupilo a seguir adelante. Galíndez, aún con dolor y sin visión clara, decidió continuar, afirmando que solo lo sacarían del ring muerto.
Puede interesarte
A partir de ese momento, la pelea cambió de curso. Galíndez atacó con frenético estoicismo, transformando el horror del público en admiración. Los gritos de “Vic-tor, Vic-tor” resonaron en el estadio, incluso desde las tribunas discriminadas donde los ciudadanos negros, víctimas del apartheid, observaban con emoción. Entre el cuarto y el séptimo asalto, Galíndez demostró una valentía inquebrantable, mientras Kates comenzaba a mostrar signos de agotamiento y desesperación.
El octavo round marcó un punto crucial. Aunque el relato del periodista se vio sobrepasado por la intensidad del momento, la pelea continuó con una vibrante energía. Galíndez, bañado en sangre, siguió adelante, golpeando con la furia de un león herido. Finalmente, en el décimo quinto asalto, un golpe certero al mentón de Kates lo derribó, sellando la victoria de Galíndez por nocaut.
El estadio estalló en júbilo mientras Galíndez celebraba su triunfo. Los sudafricanos lo llevaron en andas, reconociendo su coraje y determinación. Sin embargo, la alegría de la victoria se vio empañada por una trágica noticia que estaba por llegar.
Al regresar al camarín, Tito Lectoure se desvaneció de la emoción y el agotamiento. Mientras Galíndez era suturado por el doctor Clive Noble en el cercano “General Hospital”, recibió la devastadora noticia de que su amigo y mentor, Ringo Bonavena, había sido asesinado esa misma mañana en Reno, Nevada. Bonavena, uno de los boxeadores más queridos y admirados de Argentina, fue abatido a tiros por Ross Brymer, guardaespaldas del empresario mafioso Joe Conforte, dueño del famoso Mustang Ranch.
La noticia golpeó a Galíndez con una fuerza brutal. Lo que no lograron los golpes de sus oponentes ni las heridas sufridas en el ring, lo consiguió esta tragedia. Víctor Galíndez, el gladiador triunfante, no pudo encontrar consuelo en medio de su triunfo. La muerte de Bonavena no solo significaba la pérdida de un ídolo deportivo, sino también de un amigo cercano y una figura paternal que siempre lo alentó.
El 22 de mayo de 1976 quedó marcado no solo como el día de una épica victoria, sino también como el momento en que el destino unió en la memoria la gloria de Galíndez y la tragedia de Bonavena. Esta fecha quedará para siempre en la historia del boxeo, recordada tanto por la valentía y el coraje de un campeón como por la dolorosa pérdida de un querido deportista.