El mundo Beccacece
En estos días, cuando anunció su renuncia sin detenerse demasiado en la penosa derrota con Boca en la Copa Libertadores y mucho menos en mala campaña en la competencia local, puso el eje en tres elementos extra futbolísticos.
La salida del director deportivo Diego Milito, una presunta conspiración periodística y el acopio de “medallas que no son valoradas por la sociedad”.
De lo primero, amén de que no hay constancia por perjuicio de generalización al revoleo, deriva la curiosidad de que no es Beccacece precisamente una víctima de los medios de comunicación.
Por lo contrario, ha sido un feliz beneficiario de estos supersónicos y ligeros tiempos en los que una siembra módica y una cosecha de lo más terrenal precipitan las etiquetas laudatorias.
Más de cuatro panelistas han rozado la deducción de que el pelilargo DT rosarino se sienta a la mesa de los sabios de la tribu.
Lo otro, aquello de que se va porque se ha ido quien lo llevó a Racing, qué decir: a falta de pistas consistentes, puede ser concedido y aplaudida la nobleza de su iniciativa y descartada la cantada hipótesis de que, de todos modos, ante los ojos de la conducción de Racing ya había perdido demasiado crédito.
Y lo de las medallas que la sociedad no valora, supone una confitura verbal de las que presumen de agudeza, profundidad y virtuosismo, pero que en rigor no tienen otra estatura que la de una prenda puesta en el cajón equivocado.
¿Las medallas serán su buena comunión con el plantel y el consabido confort emocional?
¿Quién le dijo a Beccacece que “la sociedad” está obligada a ponderar logros que empiezan y terminan en sus protagonistas directos?
Nadie propone impugnar que Beccacece haya cultivado un buen vínculo con los futbolistas, pero no lo habían llamado para liderar un grupo de autoayuda, lo habían llamado para dotar de un salto de calidad al equipo de uno de los cinco clubes grandes de la Argentina que, además, venía de salir campeón de la mano de Eduardo “Chacho” Coudet.
Y en rigor se quedó a mitad de camino: ni en Racing se operó una mejoría sustancial en la concepción general del juego, ni en su capacidad de ejecución, ni en eso que da en llamarse “identidad” y mucho menos en jerarquía, tal como ha quedado en evidencia con Boca en la “Bombonera”.
En el casillero del haber constan los 13 juveniles que hizo debutar, aunque a ellos también les dio utilidad de “paraguas” providencial: cada vez que Racing jugó mal y/o perdió habló de “falta de experiencia”.
Ni ángel ni demonio, Beccacece es un director técnico joven, en formación, que inspiró equipos de los más competentes en Defensa y Justicia… y hasta ahí llegamos.
Nadie propone impugnar que Beccacece haya cultivado un buen vínculo con los futbolistas, pero no lo habían llamado para liderar un grupo de autoayuda.
También, por cierto, es un hijo dilecto de la pasmosa influencia del empresario Christian Bragarnik: jamás en casi 90 años de profesionalismo en la Argentina se había visto semejante carta blanca para la colocación de entrenadores a diestra y siniestra.
A los 40 años, y sin grandes acontecimientos en su haber, Beccacece se ha dado el gusto de entrenar a Independiente y a Racing: todo un privilegiado el hombre.