El viaje ilegal de Tutankamón por el mundo
Una investigación desvela que una exposición compuesta por 150 piezas del ajuar del faraón vulneró la ley de patrimonio. Zahi Hawass, el eterno gran señor de la arqueología egipcia, en el punto de mira como responsable.
Durante la última década, un tesoro arqueológico ha recorrido medio mundo, alimentando el furor por la egiptología que desató el hallazgo de la tumba de Tutankamón en noviembre de 1922 y atiborrando las opacas arcas del régimen egipcio. La particularidad es que lo ha hecho ilegalmente. Tutankamón: tesoros del faraón dorado, una exposición rotatoria con 150 joyas de las más de 5.000 que contenía el ajuar del «faraón niño» viajó por Los Ángeles, París y Londres (tenía siete paradas más contratadas) quebrando la ley de patrimonio egipcia y salió del país con un plácet del primer ministro que vulneraba la legislación local.
«El primer ministro firmó la exportación de las piezas en septiembre de 2017 y la ley fue modificada en 2018 para permitir que los objetos arqueológicos del país pudieran participar en exposiciones internacionales gestionadas por empresas privadas. Como todo el mundo sabe, la ley no puede tener efecto retroactivo», explica a EL MUNDO Sayed Said, el abogado que ha litigado en los últimos años para conseguir el retorno de las piezas y el fin de su tournée por el extranjero.
Una investigación de la cadena en árabe de la BBC ha desvelado ahora las dimensiones de una ilegalidad capaz de sonrojar al régimen. La exhibición y su gira por una decena de ciudades del planeta -la última parada en Londres debió clausurarse anticipadamente por la Covid-19- es fruto de la colaboración entre el Ministerio de Antigüedades egipcio y la compañía de entretenimiento Exhibitions International, adquirida por la estadounidense IMG.
Hasta la abrupta modificación de hace dos años, la legislación solo permitía la salida de piezas de su extenso legado para citas organizadas por instituciones científicas públicas y en concepto de «intercambio con estados, museos e instituciones científicas». La norma establecía, además, como requisito que los objetos «no fueran únicos». El letrado arguye precisamente la extrema singularidad de las piezas, pertenecientes al tesoro de Tutankamón hallado por Howard Carter en Luxor en la tumba del monarca, amontonadas en los 110 metros cuadrados en los que se desarrollaba su vida de ultratumba.
Su demanda, que supone un golpe a los centinelas del patrimonio egipcio, aún no ha sido resuelta pero, como medida cautelar, los tribunales han dictado la suspensión de la exhibición y el retorno de las joyas. «Los expertos del Consejo de Estado han ordenado la cancelación de la decisión adoptada por el primer ministro y la devolución de las piezas que se hallan en el extranjero. Queda por ver el fallo definitivo», detalla Said, que buceó entre legajos gubernamentales en busca de pruebas de una irregularidad que el régimen defiende.
Zahi Hawass, ex titular de Antigüedades y el hombre en la sombra que aún controla el Ministerio, fue el artífice del acuerdo que ahora ha sido anulado tras una colaboración previa que se prolongó entre 2005 y 2011 y que obligó a otro medio centenar de piezas de la tumba de Tutankamón a recorrer 17 urbes extranjeras.
«Todo lo que se está diciendo es mentira. Las piezas de Tutankamón dejaron Egipto de un modo completamente legal. La legislación lo permite y la orden lleva la firma del mismísimo primer ministro», replica a este diario Hawass, visiblemente incómodo.
La opacidad del proceso también arroja dudas sobre las ganancias que el arqueólogo ha obtenido, con todos sus libros e incluso su icónico sombrero, que aparecía entre los souvenirs disponibles en la tienda de la exposición itinerante.
«Ha sido un tour muy bueno para Egipto», asevera Hawass. «Cada seis meses el Estado egipcio se embolsa entre nueve y 10 millones de dólares por la exposición. Es, además, una herramienta de publicidad y de promoción turística. Egipto está todos los días en los periódicos. Es la mejor de las noticias y debería continuar. El mundo merece conocer a Tutankamón», esboza el ex ministro, condenado a un año de cárcel en 2011, en los tiempos de la primavera árabe, por la concesión de la explotación de la librería del Museo Egipcio a una empresa con la que tenía vínculos.
Desalojado del Ministerio tras las revueltas que precipitaron el ocaso del presidente Hosni Mubarak, Hawass ha sido completamente rehabilitado por el actual régimen. Dirige una misión arqueológica en Luxor; escribe y publica libros sin tregua; protagoniza espectáculos televisivos alejados del rigor científico; y -junto a altos funcionarios del Ministerio de Antigüedades, como el secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades, su discípulo Mustafa el Waziri- trabaja como guía turístico para una compañía que ofrece exclusivas rutas por monumentos tan emblemáticos como las Pirámides de Giza o la Gran Esfinge, con posibilidad de acceder a zonas vetadas al turismo general.
El varapalo judicial que acecha al Gobierno tiene un antecedente en 2012, cuando la justicia egipcia consideró ilícita la exposición internacional sobre Cleopatra organizada por Hawass y Exhibitions International y exigió su cancelación inmediata. Las repetidas ilegalidades de un Ministerio de Antigüedades cuyas actividades se hallan ajenas al más leve escrutinio público y que desde hace algunos años trata de imponer desorbitadas tasas a la prensa que trata de visitar las excavaciones ha abierto un intenso debate entre los arqueólogos.
«Lo que resulta más importante que las acusaciones es la gran fotografía que plantea: ¿A quién pertenece Tutankamón y el legado del antiguo Egipto? ¿Quién debe decidir cómo se administra el patrimonio egipcio?», señala a este diario Heba Abd El Gawad, investigadora del instituto de Arqueología del University College de Londres.
«Se debería llevar a cabo una investigación científica, económica y cultural para establecer cuánto ganó o perdió verdaderamente Egipto con estas exposiciones internacionales desde 2010. Este ejercicio de transparencia incrementaría la confianza y ayudaría a establecer un plan para, basándonos en datos, organizar y decidir estas exhibiciones en el futuro», concluye.