Las confesiones del ex kinesiólogo de Maradona
Ricardo Papastavros lo acompañó en Mandiyú de Corrientes y luego en Racing de Avellaneda, además de tratarlo de manera particular. “Viví la mejor etapa de Diego”, dice y cuenta el plan que había diseñado junto a Fernando Signorini para mejorarle la salud.
– ¿Cómo llega Diego Maradona a su vida?
– Yo era el kinesiólogo de Deportivo Mandiyú cuando justo llegó Diego Maradona en 1995 como director técnico del equipo, y fue un vínculo muy estrecho porque nosotros vivíamos prácticamente concentrados en un hotel que quedaba en un pueblo de Corrientes que se llama Empedrado, el Hotel Panambí. Era un hotel interesante porque estaba aislado, en un borde, haciendo ladera con un río, entonces era un lugar espectacular. En ese lugar teníamos un predio muy importante para entrenarnos.
¿Usted es correntino?
– No, yo soy chaqueño, pero estudié kinesiología en Corrientes y entonces, por esas cosas de la vida, me quedé en esta ciudad, trabajé allí y un día aparece Maradona. Y cuando yo no era alguien ligado al fútbol, porque yo en mi vida me vinculaba al fútbol pero jamás había ido a una cancha, por ejemplo. Y con Maradona trabamos una amistad muy linda, muy cercana, porque a los dos nos gustaba pescar y como el patio del hotel daba al río, entonces yo me levantaba temprano a la mañana e iba a pescar, y a veces lo despertaba a él y nos quedábamos toda la mañana tomando mate y pescando hasta que se levantaba el resto del plantel.
– ¿Ese vínculo siguió cuando Maradona se fue de Deportivo Mandiyú?
– Sí, porque luego él me llevó a Racing, cuando fue DT allí, en ese mismo año. Cuando él se fue de Mandiyú me dijo “quiero que si arreglo con otro equipo vengas a trabajar conmigo” y yo pensé que más que nada era un cumplido por esta relación que teníamos, pero ni bien firmó contrato con Racing me llamó, vine a Buenos Aires y arreglé, y acá es cuando yo escucho muchas veces a la gente que dice de Maradona “no me importa lo que hiciste con tu vida, pero sí lo que hiciste con la mía”. Lo mío tiene cierto pragmatismo que va más allá de la frase porque a mí literalmente me cambió la vida. El contrato que me hizo firmar en Racing hizo que yo pudiera vivir de una manera diferente, seguir estudiando osteopatía y progresar económicamente cuando no tenía ese tipo de posibilidades en Corrientes.
– ¿Usted entonces era osteópata en Mandiyú?
– No, yo allí era kinesiólogo. Yo estudié kinesiología en Corrientes y luego, en Buenos Aires, pude hacer ya la especialidad de osteopatía.
– ¿Y cuando Maradona dejó de ser el DT de Racing siguió siendo su paciente particular?
– Así es. Yo en Racing era el kinesiólogo del plantel y paralelamente lo trataba a él, teníamos un trato diario. En esa época yo había comenzado a trabajar con acupuntura y él reaccionaba muy bien a las agujas, y recuerdo que cualquier lesión que él tenía, usaba las agujas y lo resolvía de manera rápida con él. Es otra de las cosas que yo considero de Maradona. Era un tipo muy especial porque todo lo que podías hacer en él, independientemente de lo bueno o malo que seas como profesional, daba un resultado espectacular, porque él tenía, no sé, algo, una energía especial.
– ¿Me da un ejemplo?
– Íbamos a pescar, él encarnaba con un palo y sacaba el pescado más grande. Tenía una suerte extraordinaria este tipo, era una cosa maravillosa.
– ¿Una suerte especial, como tocado por la varita mágica?
– No, a ver… hay cosas que yo las vinculo con la suerte y cosas que las vinculo con su biología propia. Cuando hablo del tratamiento de una lesión, lo único que había que hacer con su cuerpo era estimularlo un poco, corregirlo un poco, pero después él tenía una capacidad de autocuración que era extraordinaria.
– Esto que dice usted ahora, ¿puede tener alguna relación con esas recuperaciones milagrosas que Maradona tuvo tantas veces en su vida?
– Yo creo que sí. Él estaba dotado biológicamente de cierta capacidad que no la tienen todos, y lo digo con la experiencia de 30 años tratando pacientes de todas partes del mundo porque trabajo con futbolistas en todas partes, me llaman mucho de Grecia o Italia. Pero Diego era un caso raro, poco común por la capacidad de respuesta de su cuerpo. Su respuesta biológica era muy superior a la que yo encontraba diariamente.
– ¿Me puede dar un ejemplo?
– Me acuerdo de un caso que me quedó muy grabado. Él tenía que venir a Buenos Aires a jugar un partido con Marcelo Tinelli por la TV y se había hecho un desgarro de gemelo, y ese desgarro suele no dejarte pisar. Él me decía “yo tengo que jugar” y yo le decía “mirá, es difícil jugar. ¿Cómo hacés para jugar con un desgarro de gemelo? Es incompatible con el paso, directamente”. Y él me dice “¿Y si me hacés un vendaje?” Y yo me reía y le decía “¿Pero querés que te deje como una momia? ¿Qué vendaje te puedo hacer?” Y él me decía “Dale, dale que yo me la rebusco”. Bueno, yo le hice unas cosas rarísimas, unos vendajes con unas telas blancas que usaba para limitar los movimientos del tobillo y al final, tenía vendado desde el tobillo a la rodilla, eso era como un yeso y en el talón le había puesto un suplemento de goma eva, que era un pedazo de ojota que había encontrado, o una chinela. No sabía qué hacer. Y él caminaba en puntas de pie. Y vino a Buenos Aires y jugó. Después de un rato yo me decía “no puede ser que este tipo esté jugando”. Y después de un rato lo veía correr, saltar… ¡y jugaba en un pie! Él resolvía las cosas de una manera diferente.
– A usted le tocó compartir ese tiempo de Deportivo Mandiyú cuando Maradona era el director técnico pero aún era un jugador en actividad que estaba suspendido. ¿Cómo llevaba él esa situación?
– Yo creo que el título de técnico, en este caso, tratándose de una personalidad como la de Maradona, era diferente porque no es que él conocía de fútbol, sino que él era el fútbol. ¿Qué persona en el mundo podía tener más autoridad que Diego? Y mire que yo he escuchado hablar en mi vida a muchos técnicos en los vestuarios desde hace 30 años, pero Diego a veces transmitía conceptos que tenían un dejo muy inteligente, pero que eran muy difícil llevarlos adelante. Si viene Maradona a decirle algo a un jugador con respecto al juego, uno potencia su capacidad automáticamente, pero no sé si lo vas a poder desarrollar de la manera en que te lo pide. Nosotros éramos Mandiyú, no éramos el Barcelona. Eran muy buenos jugadores, pero por ahí no se ajustaban a los requerimientos del DT y Diego, en ese sentido, interactuaba mucho con Carlos Fren, su ayudante de campo. Después, se necesita mucho tiempo para amalgamar un equipo, y fue poco tiempo. Pero le puedo asegurar que lo que se transmitía generaba en cada jugador una potencia increíble.
– ¿Después se siguieron viendo?
– Mucho menos, porque después él interrumpió su contrato con Racing y se fue ya como jugador a Boca, y yo seguí en Racing y ahí se nos bifurcó la historia. Nos saludamos en las canchas pero ya no tuvimos una relación estrecha. Nos cruzamos un par de veces de manera fortuita. Una vez nos cruzamos en El Vaticano.
– Qué lugar para encontrarse…
– Yo estaba en una audiencia con el papa Francisco, fui a saludarlo y me entero de que iba a estar Diego. Quise acercarme, pero era imposible por la valla que había cerca de él, entonces renuncié, pero cuando se empezó a calmar la gente y cada uno empezó a tomar ubicación, lo sentaron a él en la primera fila, frente al Papa, entonces toda la gente pasaba en fila india para saludar al Papa y allí, en un momento, me tocó enfrentarme con Diego a dos metros de distancia y recién ahí nos vimos, y Diego me hizo un gesto así como “¿qué estás haciendo acá? Vos tenés que estar preso en Corrientes, no acá” y nos reímos. Teníamos un amigo en común, Fernando Signorini (ex preparador físico personal de Maradona y de la selección argentina), y con él planeábamos cosas que quedaron solamente en un mundo utópico de cosas que uno quería hacer incluyendo a Diego en temas ligados al fútbol.
– ¿Y cómo era la vida de Maradona a los 35 años, cuando lo trataste?
– Yo creo que viví la mejor etapa de Diego porque era un tipo sumamente cariñoso y afectivo. Le encantaba la franela, la reunión y el chiste en la mesa, y estar en un almuerzo con Diego era una fiesta porque tenía tantas anécdotas, vivió tantos años este muchacho… Es una mentira cuando dicen que vivió poco… ¡nooo! Nosotros vivimos poco, él vivió demasiado y se gastó. Él tenía un alto sentido del humor, siempre predispuesto a la aventura, a hacerte pasar un buen momento y nadie defendía tanto como Diego a las personas que estaban a su lado. Yo estoy melancólico, nostálgico por su muerte pero fundamentalmente, muy agradecido porque de la forma en que él defendió mi contrato cuando yo llegué a Racing, nunca nadie lo habría hecho. Si no fuera por él, yo jamás habría estado en Racing. Fue demasiado generoso conmigo.
– Tendrá muchas anécdotas con él.
– Tengo para hacer dulce de anécdotas. Por ejemplo, las mañanas de pesca en el río Paraná. El restaurante del hotel tenía una pared de vidrio donde se podía ver el río serpenteando. Nosotros íbamos a pescar ahí abajo y yo me quedaba a pescar hasta la hora de la comida, que era cuando subía y entonces los muchachos de Mandiyú desde las mesas me veían subir y me cargaban “ahí viene el pescador, ¿qué pescaste hoy?” y me hacían todo tipo de bromas. Pero un día, me dijo Diego “mañana, cuando estén todos sentados, andá y comprá el pescado más grande que veas por ahí en la pescadería”. Salimos una noche con la camioneta, compramos un dorado gigante, que era un yacaré, y yo con mi cañita que daba para una mojarra, no para un dorado. Escondimos el pescado en el matorral, cerca del agua, y al otro día, cuando estaban todos sentados, veían que yo traía un pescado enorme y todos se reían, y Maradona les decía “hablen ahora, digan que éste no sabe pescar”. Tenía esas cosas…
– Me imagino lo que era verlo en los entrenamientos, cómo le pegaba a la pelota…
– En la época de Mandiyú, lo acompañaba su padre, Chitoro, y estaban también su suegro, Coco Villafañe y su hermano Lalo. Hacíamos asados los viernes, cuando terminábamos de entrenar. El asado lo hacía Don Diego padre. Nosotros teníamos al paraguayo Guido Alvarenga, un número diez muy habilidoso, y recuerdo que antes del asado, una vez, Guido se puso a hacer jueguito con una naranja, y para Maradona fue como mojarle la oreja y se vino al humo (risas), se le puso a la par y le dijo “vamos a hacerla más difícil” y se trajo una cebolla, y le pegaba de tal manera que Guido siguió con la naranja porque no le podía seguir el ritmo. Increíble lo que hizo con esa cebolla. En esa época estaba en el arco Sergio Goycochea, y en los entrenamientos, para pelotearlo, Diego ponía las pelotas en una hilera en la mitad de la cancha, Goycochea venía caminando desde la mitad de la cancha al borde del área y Diego le colgaba las pelotas por arriba, y de las veinte, diecinueve iban al arco, con una precisión increíble.
– Esos entrenamientos deben haber sido especiales…
– Sí, y pasaba cada cosa…
– Cuente…
– Una vez, en pleno entrenamiento, levanto la vista y a lo lejos veo a un muchacho alto, espigado, de melena rubia al estilo Eber Ludueña, unos 45 años, con pantalones cortos y medias que luego comprobé que eran de vestir, y botines al estilo Sacachispas, que me hacía señas permanentes para que me acercara. Primero pensé que no podía ser, pero me inquietó saber quién era. Se me presentó como “El Pacha Manavella” y me dijo que venía desde Laboulaye, Córdoba, donde jugaba en el equipo de allá, que quería que Maradona le tomara una prueba, que estaba durmiendo en el coche , y que había llegado especialmente. Le prometí que haría lo posible. Se lo comenté a Diego, que primero me miró mal, me preguntó qué podíamos hacer… al final, le dijimos que viniera, él le dijo a Diego cuánto lo amaba, lo abrazó, y Maradona le dijo que le pateara un penal a Goycochea, que miraba sin entender. El tipo se acomodó, puso la pelota en el punto del penal, y para tomar carrera se fue hasta la mitad de la cancha, ante la mirada incrédula de todos. Vino caminando desde ahí, y cuando le pegó, su pie mordió el pasto y la pelota serpenteó, hizo un camino rarísimo pero se le terminó metiendo a Goyco y el tipo saltaba de la alegría, del festejo. Pero nos lo queríamos sacar de encima, aunque me dio pena y por días dormía en mi consultorio, hasta que mi ex mujer, que de día atendía allí, un día se dio cuenta.
– Qué locura. ¿Y lo volvió a ver?
– Un día ya en Racing, entre una multitud, pero no alcancé a hablar con él.
– Y en Racing, ¿cómo fue la experiencia?
– Mandiyú era un equipo chico, pero muy organizado. Yo tenía mi consultorio todo pintadito, perfecto. En Racing había una gran desorganización. Eran los tiempos de Juan Destéfano. Recuerdo que yo le dije a Diego que había mucho dinero en jugadores pero lo demás no funcionaba, y él me bancó a muerte para hacer toda la parte edilicia para el consultorio nuevo. Yo pedí camilla, aparatos y a partir de ahí comenzó a cambiar, aunque después nosotros nos fuimos. En esa época, el arquero suplente era el doctor Alejandro Lanari, y luego de que nos fuimos de Racing, hicimos un consultorio juntos y abrimos un centro de rehabilitación deportiva en Ciudad Jardín, en El Palomar y nos fue muy bien porque él es una persona muy ligada al fútbol y conoce el detalle de las lesiones con precisión.
– ¿Qué era lo que más trataba o lo que más le solía doler a Maradona?
– Lo que más recuerdo haber tratado de él era su columna, porque le dolía siempre la columna, en la zona lumbo-sacra, y por eso le hacía acupuntura, y era de lo que más se quejaba. Y algo muy importante, que sus caderas no se movían. Las caderas tienen movimiento de rotación para adentro y para afuera. Él estaba permanentemente en rotación externa porque hay unos músculos de la zona que se llaman pelvitrocantéreos, que estaban totalmente retraídos y hacían que él no pudiera cruzar las piernas, por la rigidez de esos músculos. Esa era una característica de los jugadores de esa época porque se utilizaban mucho las inyecciones intramusculares de oxa B-12 o de vitamina B-12 y potenciaban su accionar con ese tipo de vitaminas, pero tantos pinchazos en los glúteos hacían que se acortaran, por esos las pubalgias o las tendinopatías de los aductores generadas por esta disfunción mecánica provocada por esos pinchazos de la época. Los viernes, todo el mundo se ponía contra la pared, venía el médico, y les inyectaba con vitamina, pero era un aceite rojo que daba potencia pero dejaba un adoquín en la pelvis.
– Y en estos años que usted veía a Maradona por la TV, ¿notaba algo de esto en el presente?
– Eso se fue acentuando, pero porque yo tengo el ojo aceitado para este tipo de cosas, más porque lo conocía y cuando lo veía caminar, estaba totalmente trabado. Hablábamos tantas veces con Fernando Signorini de las cosas que podíamos haber hecho con él para mejorarlo. Yo quería darle una mano, al punto de buscar aislarlo, con los mejores médicos, con medicina genética para estudiar su genoma, como habría que hacer. Y Fernando amaba a Diego. Después vino la pandemia y paralizó todo. Yo conseguía todo, los médicos, lo que fuese, para devolverle un poco de lo que me dio.