“Mamá, encontramos el cuerpo de Juli”
Apenas pasaron tres semanas desde el momento en que, en el comedor de su casa en Berabevú, le dieron la noticia. La persona que todo un pueblo buscó casi 24 horas era ahora un cuerpo apagado. Seguía siendo Julieta Del Pino, de 19 años. La misma que muchas veces le pedía a su mamá que la vaya a buscar a la salida del kiosco donde trabajaba. Pero la noche del 24 de julio decidió irse sola y nunca llegó.
Fabiana Morón, la mamá, dice que desde el 25 de julio se olvidaron de las rutinas y los horarios con su familia. No hay hora ni para comer. Por fuera se la nota entera, firme, con mucha fuerza. El duelo y la procesión van por dentro. Una parte de su interior la empuja.
Se mantiene de pie y acomoda el desorden que quedó en la pieza de su hija luego de que pasaran policías, peritos, fiscales, perros adiestrados y quién sabe cuántos más buscando pruebas, evidencias, rastros, pistas o algo que sirva para que la causa judicial no frene el ritmo con el que viene.
En toda esa nueva normalidad para ellos, termina de lavar y tender el último par de zapatillas que Julieta había usado. No dice para qué ni tampoco importa. No le hace mal. De esa manera, la siente cerca. Asegura que es una manera de compartir el dolor que su hija pudo haber tenido la noche que el femicida la asfixió con sus manos hasta quitarle el aliento.
Se mira la mano derecha y luego la izquierda. Lleva todos los anillos que Julieta tenía puestos el día que la encontraron. Los limpió su marido y ahora los tiene con ella como su mayor tesoro. El recuerdo material que más protege. Antes, los tuvo que limpiar, liberarlos de la tierra y la cal que los cubría, porque el femicida después de golpearla y asfixiarla, la enterró en el patio de su casa. La cubrió con los mismos materiales que usaba para trabajar de albañil.
Cuenta que tiene “días y días” y que “gracias a Dios” puede descansar bien. Las primeras dos semanas sin Juli se despertaba a la misma hora que empezó a buscarla: a las 5 de la madrugada. Se ve que es algo que el cuerpo manifiesta. En esta, que es la tercera semana desde la última vez que se vieron, ya no le sucedió.
Amor ausente
“Hay que aprender a vivir con esta ausencia”, dice mirando a la nada. Extrañar a quien crió durante 19 años todos los días es un aprendizaje. No verla durmiendo. Su cama quedó armada para siempre, detenida en las horas. Se le hace difícil. Pero tiene a Joaquín, uno de sus otros hijos para criar, y a su esposo Adrián. La ausencia está. Les tocó aprender a convivir los cuatro.
“Algún día me vas a buscar con la policía mami, no seas exagerada”, les repetía Julieta. Y pasó. El viernes 24 de julio, el día bisagra en la vida de los Del Pino / Morón, Julieta se despertó de la siesta y tomó mates como siempre con su mamá. Se vieron y se dijeron “te amo” mutuamente. Se abrazaron y se fue con sus amigas a un predio que le dicen “El Pulmón”. Luego, madre e hija se volvieron a cruzar en la plaza. Mamá se fue a su casa. Julieta, a lo de una amiga para hacer torta asada.
Por la tarde, Fabiana recibió un WhatsApp donde Julieta le pedía que le calentara el agua para bañarse porque se iba a trabajar. La chica se preparó, se vistió y su mamá la acompañó hasta la puerta del kiosco. A las 23.20 le avisó que se estaba yendo a cenar. Nunca llegó. La comida se enfrió en la mesa.
En el 2018 terminó 5º año en la EESOPI Nº 8082, en el 2019 quiso estudiar fuera de su pueblo, pero no pudo. Hizo un curso de manicura y este año por la pandemia de coronavirus tampoco arrancó. En el 2021 planeaba estudiar Administración de Empresas, en Venado Tuerto o Rosario.
Mientras tanto, no se quedó quieta. Arrancó un emprendimiento con Fabiana. El fin de semana que la asesinaron tenían un montón de encargues de pastelitos. La tarde que todo el sur santafesino la buscaba, ella los iba a repartir. Ahí quedaron las ocho docenas. “Me da paz que yo le pude decir y ella me decía siempre que nos amábamos. Por ahí escucho audios donde ella se ríe y sé que esa risa solo la voy a escuchar por el teléfono. Nos abrazamos siempre. Le demostré todo el cariño. Estábamos juntas. Éramos muy compañeras”.
Con esa carga, confía en la justicia y en sus defensores, que son los fiscales. Tiene fe en ellos. Porque están a la par de la familia desde el momento cero que salió en bici a recorrer el pueblo, casa por casa despertando a todo el mundo en el frío de la madrugada. Tenía que pedalear para encontrar a su hija.
Para el mediodía, ya corrían los audios virales. Fabiana pedía por favor que la ayuden a encontrarla. La gente estaba llegando a su casa. El mecánico le trajo su Renault Megane que tenía en el taller y partió. Otra vez.
Se repartieron en equipo. Madres, amigos, familiares, gente de otras localidades. Muchos vecinos y la policía colaborando. Todos le querían dar una mano. Tuvo todo a su disposición para poder encontrarla rápido. Desde la comisaría, la justicia hasta la Comuna.
Para la tarde noche del sábado, el rumor de que estaban allanando una vivienda en calle Güemes al 300 era fuerte. Mientras, ella con su marido se prometieron no seguir los rumores. Si había novedades, los fiscales iban a ser quienes las dieran.
Fabiana presentía que algo no estaba bien. Vio parar una camioneta de la policía en su vivienda y la noticia ya era oficial: “Mamá, encontrarnos el cuerpo de Juli”. Fabiana en ese momento creía que también se moría.
“¿No venís?”
Dice que nunca estuvieron sin hablarse tantas horas. “Me había sonado raro que no leyó el mensaje que yo le puse ‘Ok!’ para prepararle la mesa. Y cuando a la noche ni siquiera leyó el ¿‘no venís?’, la empezamos a llamar con el papá y el teléfono daba apagado. Pensábamos que se quedó sin batería, pero no era así”.
Desde que la encontraron asesinada hasta hoy, siguen faltando sus pertenencias. La ropa que tenía, mochila, teléfono, la bicicleta y hasta su billetera con el sueldo. Había cobrado esa noche. Hipótesis hay un montón, pero todavía no se puede probar nada.
“A mí oficialmente muchos datos no me dan. Solo lo justo y necesario. Nunca me hablaron de un cómplice, pero todo es tema de investigación. Abren un abanico amplio de posibilidades y luego descartan”.
La justicia se llevó material aportado por 26 cámaras de videovigilancia comunales, más otra tanda de filmaciones de casas particulares. Quieren saber todos los movimientos que hubo en el pueblo, para armar el último recorrido de Juli y del Volkswagen Gol blanco sospechoso. “Va a ser fuerte ver el video. La última cámara que la enfoca es a tres cuadras de casa. Venía para acá a comer”, se lamenta.
Estos son días de análisis y rastrillajes. El hasta ahora único detenido, sigue sin declarar. No quiere hablar. Afirma que nunca fueron novios como se dijo en un principio, aunque admite que, si entre ambos había “otra cosa”, ella no la sabia. De todos modos, recuerda: “En la misma mesa que estamos sentados ahora hablando, él (por el presunto femicida), se sentaba a charlar con nosotros y tomar mates”. Y es que el acusado, era compañero de trabajo del hermano de Julieta.
“¿Con qué derecho hizo una cosa así? Nosotros somos laburantes. Juli era un ser de luz. No tenía maldad para nada. Nos rompió la vida. La frialdad con la que se manejó durante el día, no nos entra en la cabeza. Eso no se lo hace ni a un animal. Yo pienso que hay una justicia terrenal y una divina. Y que en algún momento lo va a pagar”.
Por ahora, prefiere quedarse en su casa. No le cuesta ir a las marchas porque se siente acompañada. Si sale, quiere volver enseguida. Los mandados se lo hacen familiares. Pasar por la casa donde la encontraron a Julieta, no está todavía en sus planes. “Eso me cuesta mucho”, señala.
El objetivo ahora es pedir justicia y que esto no afloje. “Que no salga por nada del mundo. Que cumpla reclusión perpetua sin beneficio. Se tiene que quedar ahí”, remarca.
“Queremos concientizar, llevar un mensaje para que no seamos tan confiados. En los pueblos estamos acostumbrados a que estas cosas no pasan. Ahora no respetan más nada. No hay más compromiso. No es una guerra entre hombres y mujeres. Tenemos que estar unidos para protegernos. Educar varones para que respeten. Todo tiene que cambiar. Parece una película de terror que no termina nunca”.
Desde que esto pasó, el nombre de Julieta y su rostro se multiplicaron a lo largo y ancho del país. Fabiana afirma que toda esa buena energía la levanta: “Algo especial tenía Juli para que esto se manifieste de esta forma. Todo ese apoyo me llena para seguir pidiendo justicia. Es buena energía”.
Entiende que ahora, su hija está en todos los pueblos. “La siento acá”, y se toca el pecho.