PERSONAJE: GUSTAVO CORDERA
No es un tipo fácil. Depende de cómo le caés. Bla, bla, bla. Demasiadas admoniciones como para ir relajado al encuentro de Gustavo Cordera. Para peor, en el show de anoche, le contó a diez mil personas qué posición del Kamasutra suele practicar en sus encuentros con la prensa. Basta de pensar. A hacer de tripas corazón, que ahí se divisa su calva inconfundible, dentro de la casita de la quinta de Parque Leloir. Cordera da cuenta de una grande de muzza (a Dios gracias, vestido). Parece tranquilo, pero nunca se sabe.
¿Cómo habrá amanecido? ¿Vendrá en plan monje zen, con su verba filosa anestesiada de espiritualidad? ¿O estará de turno el Osama rasurado, ése que pregona apocalipsis políticos e insulta a discreción? No hay que hablarle de cifras, avisan. El líder de Bersuit Vergarabat (el nombre no significa nada; surgió de un juego poético de trasnoche) odia que la trayectoria de la banda sea reducida a un sinfín de números. Por más que el grupo vendió 1,3 millón de discos en 12 años; aunque su último trabajo, La argentinidad al palo, superó las 250 mil unidades vendidas y cien mil personas corearon sus canciones en el Luna Park un mes atrás, el Pelado cree que las cifras “son banales”. Saluda, Cordera, con beso y abrazo, y tantas prevenciones resultan infundadas. El cantante admirado por la generación sub 25 luce cansado, pero bien predispuesto. El hombre de 43 años que le puso ritmo de murga a las canciones de protesta habla pausado frente al hogar de leños. Hoy faltó a la cita su Mister Hyde, parece: ése que propugna orgías masivas en Plaza de Mayo, el que se diplomó en Escatología. Por las dudas, arrancamos la charla a puro tanteo: hablamos de la banda.
¿Qué tiene de especial Bersuit?
Bersuit es un fenómeno, en serio, porque es una cosa ajena a nosotros. Nosotros solamente hacemos canciones y shows, pero después pasan muchas cosas. La gente proyecta sus ideales truncos y sus ilusiones más íntimas, y trata de que se las cumplamos.
¿Qué sentís que te piden?
De todo. Desde que sea un líder revolucionario hasta que sea gay. El que es gay me va a ver gay; el tipo revolucionario va a enojarse porque no tocamos Señor Cobranza (el de “Norma Pla a Cavallo lo tiene que matar” y “Son todos traficantes”). Pero soy un poquito de todo eso y nada a la vez.
Me impresionó tu entrega física en escena: no parecés de 43 años.
Y, corro en el Cinturón Ecológico, nado, hago yoga? Si no, no me bancaría dos shows seguidos. Venimos de hacer diez conciertos en veinte días, y diez años atrás no podíamos hacer diez conciertos en un año. No podíamos porque era otro el viaje… No le recomiendo a nadie que quiera crecer en un proyecto estar arruinado: ni físicamente, ni espiritualmente.
Sabe de qué habla, el Pelado. Sabe a qué sabe la cocaína y pasó una década larga -hasta 1996- haciendo equilibrio en la cornisa de los excesos. Casi cae, pero volvió para contarlo. La música fue, dice, una de sus tablas de salvación (la otra, la familia: tiene mujer y tres hijos). No fue fácil encontrar la salida, aclara. “Es que la abstinencia es horrible, te sentís vacío.”
El viajar es un placer
Cuando Bersuit Vergarabat salió a la cancha, allá por 1988, Cordera empezó a exorcizar en público una adolescencia difícil. Entre canciones en las que se asumía como “el gordo boludo” y odas al onanismo, saldaba sus deudas con el pasado. Ya no sería -lo sabía- el licenciado en Comunicación que su mamá esperaba. Tampoco vendería más autos en Cordera Hnos., la agencia de papá. Tenía un odio rancio dentro, resentimientos varios que sólo rock mediante podía canalizar. Cantaba, o más bien vomitaba sus angustias. Una cofradía de iniciados seguía al caos en escena que era la banda. No eran pasión de multitudes, y era obvio: sus shows eran bacanales desprolijas; vivían a contramano, como renegados que se negaban a entrar al Primer Mundo. Era sólo rock and roll, dice Cordera, “porque el rock es pararse frente al poder, las instituciones, las creencias. Es una manera de ver el mundo”.
Y vos, hoy, ¿cómo ves al mundo?
Yo creo que Occidente está viviendo un colapso muy grande en sus valores y sus instituciones. Está enceguecido detrás de ideas de éxito y de progreso que nada tienen que ver con el crecimiento. El progreso tiene una cosa militar horrible: sume a las personas que van detrás de él en un frenesí y una angustia terribles. La gente que necesita progresar vive corriendo, y sólo sabe cultivar dinero.
Pero ustedes progresaron. Tienen éxito, o eso se dice.
Esa es una mirada bastante parcial. Fijate que algunas de las personas que más éxito tuvieron, recibieron como premio la muerte. Si no preguntále a Kurt Cobain, a Luca Prodan, a Rodrigo? El éxito tiene una cosa suicida en sí. Es siniestro. Te dice: Me vas a tener que pagar con la vida. Yo, viendo las vidas que se cobró el éxito, la gente que quedó destrozada, lo cuestiono muchísimo. Por eso, en Bersuit le ponemos coto al frenesí exitista. Queremos disfrutar; no corremos detrás de la idea de llenar estadios o entrar al Guinness.
¿Te aterra que te vaya bien?
No, pasa que así uno no disfruta. Para mí el éxito más grande es estar vivo. Ahora que tengo eso, el otro éxito importante para mí es poder disfrutar de la vida.
Si hubieses muerto años atrás, ¿hubieras dejado algo?
Mirá, si hay algo que hace la cocaína es iluminar tu costado más miserable. Si me hubiera muerto en esos años que viví al borde, seguramente hubiera dejado un legado bastante horrible. Y yo me preocupo mucho por eso. Para mí, el mejor legado que le puedo dejar a la gente es un mensaje: que se quieran y la pasen bien, que se hagan cargo de sus vidas.
Cuando tocaste fondo, ¿llegaste a pensar en tu epitafio?
Yo creo que la muerte es una anécdota intrascendente cuando estás vivo. Cuando disfrutás, la muerte pasa a ser algo absolutamente secundario; te aterra cuando no hacés con tu vida lo que querés. Si sabés soltarte, la muerte termina siendo lo que es, el gran viaje.
Sonás a gurú oriental… ¿Naciste equivocado en Occidente?
Mirá, yo entiendo que el mejor lugar del mundo es uno, pero por algo nací en Avellaneda. Por algo viví las cosas que viví en el Docke, en Adrogué, en San Telmo. Siempre al sur; vivir en el sur es como estar al frente de todos los viajes.
¿Y cuál fue tu mejor viaje?
Tuve muchos, pero en Costa Rica tuve lo que los indios llaman la muerte blanca, que es cuando el cuerpo empieza a tomar sus propias decisiones. Vos le das una orden a la mano, y no la recibe. Me arrastré por el piso, estuve horas en estado desesperante pero a la vez con una lucidez espantosa. En ese momento supe que mi cuerpo quería que lo escuchara. Aprendí que el esfuerzo se hizo para someter al hombre, para infligirle el peor de los castigos. Se esforzaron los esclavos, los indios; se esfuerza el que labura doce horas por día? Ahora parecés un predicador…
No es la idea. Tal vez digo cosas que están dentro de tu corazón o de tu cabeza. Me atrevo a decirlas, mientras muchos no se animan.
Elogio de la incomodidad
En los malos viejos tiempos, Cordera le vendió el alma a Belcebú. No quiere ahondar en esa época -su temporada en el pantano-, pero dice que todo es cierto. Que robó para pagarse los vicios; que no fue el mejor padre para Aylén, su hija mayor; que, sin tener dónde vivir, fue okupa de una casa en Dock Sud. Hoy, con departamento propio en San Telmo y dinero en el bolsillo, se ata al mástil de sus recuerdos para desoír el canto de sirenas del confort. “Aprendí que si usás la comodidad como un estilo de vida, te convertís en un ser aburrido, infeliz. El confort es una de las trampas más brutales que nos tiende Occidente. Fijate que las sillas te hacen adoptar una posición encorvada, antinatural. Son el atentado más grande a la salud.”
Raro escucharte hablar de salud, cuando cuidaste la tuya tan poco.
Sólo una persona que conoció todas las enfermedades puede hablar en serio de la salud. Yo veo a los curas hablar sobre los vicios?
¿Los conocieron? ¿Fumaron porro, tomaron merca o ácido? No. Entonces, ¿cómo pueden hablar? Para mí, cuantas más experiencias tuviste, más cerca estás de la superación. Y el amigo más sincero que tenemos es la enfermedad. Fijate lo brutal que es, que si no dialogás con ella, te lleva a la muerte.
Pero vos cantás contra el poder y jamás lo tuviste. Sos como los que criticás: tocás de oído.
Te equivocás. Yo tengo un poder, y lo ejerzo. Mi poder es lograr que la gente sonría, baile y se excite. Tiene que ver con que la gente piense y dude de lo que le dicen los políticos. Nuestros shows son una fiesta, pero no una fiesta para evadirse.
Una fiesta que te deja algo triste…
Es que somos tristes. Pasa que este país está hecho por gente arrancada de su tierra; por indios que terminaron en las villas; por porteños que añoran a Europa. Y eso produce una melancolía enorme.
En la senda del Loco Gatti
Gino, el hijo menor del Pelado, ya es socio de Lanús como su padre, un diez gambeteador que quince años atrás vio cortada su carrera por una fractura. Cordera padre babea hablando de sus hijos, pero siempre vuelve a sus monotemas.
“Ayer escuché a Aylén, la mayor, diciendo: Dios está en el Cielo porque si viene a la Tierra, lo matan de nuevo. Y es así. Siempre temo por las personas de buen corazón. La aristocracia es brutal; cuando alguien quiere darle a la gente lo que le corresponde, lo asesinan.”
Cuando vendías autos, ¿dónde volcabas tus ideas, tu ideología?
En la vida. Un vendedor de autos puede ser una persona que se supera espiritualmente. Una puta puede convertirse en una santa, y te diría que es un recorrido lógico: nadie puede ser más leal que una puta. En la degradación, en la putrefacción, en lo más oscuro de tu vida? es donde se plantan las semillas de una gran espiritualidad.
Yo recorrí ese camino, y ese viaje nos benefició como banda. Hoy la Bersuit abarca todos los estratos sociales y todas las edades; por eso, porque no somos sectarios, nos va bien. En una época éramos más herméticos, y la gente que nos venía a ver también lo era.
¿Se reeducaron para ser masivos?
No, todo fue absolutamente espontáneo; tiene que ver con lo que fuimos viviendo. Soy más ancho en la manera de mirar las cosas, lo que a la vez me permite reconocer rápido a mis enemigos. Porque el enemigo es invisible. Un amigo, al ver que te va tan bien, puede convertirse en enemigo. Tenemos una adhesión increíble, pero cientos de personas se ponen mal porque esto pasa. Eso es muy argentino.
“Muy argentino.” Palabras de uso cotidiano para Cordera, un exégeta de lo que ha dado en llamar “la argentinidad”. Y, a la vez, homo politicus que consume versiones revisionistas de nuestra historia y se vale de toda tribuna para bajar línea. “En este país hubo un vaciamiento que, si bien se está revirtiendo, continúa -dice-. Fijate lo que pasa en Salta. ¡Están vendiendo una reserva natural; la van a pulverizar! Hay que dejar en evidencia a estos corruptos.”
¿No sobreactuás un discurso que es políticamente correcto?
No, de ninguna manera. A veces me siento muy dolido; por eso puteo. Y me siento mal cuando manipulan mis opiniones. Aunque al estar tan expuesto, es lógico que pase eso. Por la altura que lleva el pato, es muy deseable dispararle. Pero no se pongan mal: todo es efímero y yo voy a dejar de molestarles por el éxito que tengo.
Apareció Cordera, el ególatra.
No, estoy mucho más tranquilo. En los 90 sí tenía una cosa mesiánica; me sentía protegido con ese personaje y lo alimenté, pero me hizo mucho daño. Cuando empecé a creerme el Mesías, fisuré.
Fuiste un bardero, te tranquilizaste, ¿no te convertirás en un divo?
No sé. Tal vez pase eso, pero seguiré siendo consecuente con lo que siento. El rock no necesita poses: basta de gays que se hacen los machos tocando hardcore. Yo me hago cargo: quiero ser el número uno y me la banco, como se la bancaron Bonavena y el Loco Gatti. Estoy expuesto a la vorágine y a la locura, y me mando mil cagadas, pero si me convierto en una gorda boluda, ¿cuál es el problema? •
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