“Y el ganador es…”
El dólar fue el soberano en 2018 bajo el cual la economía, la política, la cultura y la sociedad, en cualquier expresión, se arrodillaron. Los más pidiendo clemencia, los muchos menos, agradeciendo.
Por Pablo Benito
En diciembre de 2017 la divisa norteamericana cotizaba a 18 pesos argentinos la unidad dólar. Un año después, se necesitan 37 pesos para adquirir un dólar. El doble. Ante una devaluación del peso tan fuerte, la conclusión, más allá de la causas -que sí existen- las consecuencias fueron a lo largo del año y serán en el 2019, que el sector financiero se llevó puesta a la economía, se la puso de galera y está sacando conejos, palomas y halcones, cual mago en el instante final de su número.
No hubo plan político, hubo devaluación. No hubo discusiones programáticas, hubo devaluación. No existió política económica o productiva alguna. Hubo devaluación. El personaje del año por aclamación, resignación y desesperación fue el dólar. Una invasión a la soberanía sin desambarcos ni Normandía.
De facto
No ganó ninguna elección, ni se sometió a la voluntad popular, sin embargo, la devaluación, con singular despotismo gobernó el país por encima de las instituciones, selló la división de poderes en una sola y se hizo cargo del poder Judicial, Legislativo y Ejecutivo.
Los salarios no se discutieron en paritarias y se desplomaron en un 30; 40 %. El presupuesto 2018 se esfumó y la estampida inflacionaria que trotó, detrás de la corrida cambiaria, se hizo dueña de la preocupaciones cotidianas de los argentinos.
No hubo plan político, hubo devaluación. No hubo discusiones programáticas, hubo devaluación. No existió política económica o productiva alguna. Hubo devaluación. El personaje del año por aclamación, resignación y desesperación fue el dólar. Una invasión a la soberanía sin desambarcos ni Normandía.
La inseguridad
La palabra “inseguridad”, está asociada -directamente- a la violencia urbana, a los robos, al “achaque”. Pese a quien le pese, la “inseguridad”, en su etimología se refiere a una sensación, más o menos fundamentada, pero sensación al fin.
En 2018, la inseguridad, también tuvo como brazo armado a la devaluación y su cómplice criminal, la inflación agazapada detrás de los arbustos a la salida de nuestra casa y también protagonista de masivas salideras bancarias. Uno salía del cajero automático con un billete y no sabía con cuanto llegaría a la caja del supermercado, al “pago fácil” para abonar servicios, al colegio de sus pibes, a la farmacia, a la carnicería. Esa inseguridad, también se instala en la sociedad y produce el terror a arriesgarse a salir a la calle, a emprender un comercio, a tomar un empleado, a dejar un empleo, a planificar un viaje o pensar en cambiar el auto, el celular o de zapatilla.
El presupuesto 2018, que es la previsibilidad que los gobiernos brindan a sus gobernadores sobre lo que podría ocurrir, fue la clara demostración del desgobierno y la nula autoridad sobre la realidad de quienes manejan la administración de lo público.
El factor disciplinante de la inestabilidad nominal de la economía tiene consecuencias inconmensurables y va transformado a cada persona activa de la economía en un especulador en vías a “no perder”, más que a ganar.
La inseguridad se traduce también a la palabra de aquellos que actúan de “padres” de la sociedad que son los eventuales conductores del Estado nacional. Para muestra alcanza un indicador. El presupuesto 2018, que es la previsibilidad que los gobiernos brindan a sus gobernadores sobre lo que podría ocurrir, fue la clara demostración del desgobierno y la nula autoridad sobre la realidad de quienes manejan la administración de lo público.
Des crédito
Resulta bastante absurda la encendida discusión trágica planteada en cuanto a la votación, en el Congreso, del presupuesto 2019. Acusaciones de “cipayos” y entregadores de un lado o “irresponsables” que pretenden gastar más de lo que se tiene, del otro.
Cuando aún no terminó un año en el que lo proyectado por la ley de presupuesto era:
- Crecimiento del 3,5% del PBI; a lo que la realidad no hizo caso y culmina con -2,4 %, lo que indica una de los peores indicadores de la historia.
- La inflación promedio proyectada: 15,7% -hasta con decimal fue prevista- y el Banco Central de la República Argentina se manejaba con un 8 o 12%; mientras, terminamos ese año “proyectado” coqueteando con un 50 %.
- El dólar promedio, proyectado, era de 19,3 pesos con centavos -ojo- y un promedio calculado de 17,50 pesos; diciembre nos alivia con aceptar una banda cambiaria de entre $ 38 y $ 42.
- Expansión del consumo privado del 3,3 por ciento; lo que termina siendo su contrario, una caída de ese índice en razón del 10,3 %. La imprevisibilidad no fue sólo del gobierno, nadie “la vio” venir… o ninguno lo dijo.
La Argentina tiene la rara costumbre de invertir las moralejas de los cuentos clásicos. Tenemos nuestro Hood Robin, que le quita a los pobres para darle a los ricos y, también nuestro pastorcito que asegura que el lobo está lejos y pasan los anuncios, los inviernos y el lobo se morfa las ovejas.
El pastorcito dijo que el lobo “no venía”
La Argentina tiene la rara costumbre de invertir las moralejas de los cuentos clásicos. Tenemos nuestro Hood Robin, que le quita a los pobres para darle a los ricos y, también nuestro pastorcito que asegura que el lobo está lejos y pasan los anuncios, los inviernos y el lobo se morfa las ovejas, a Caperucita, a su abuela y eructa el mimbre de la canasta.
Las previsiones para el año que viene se vuelven a hacer, la vergüenza no es una característica de los “profesionales” de la economía y habrá que creer un poco, lo suficiente como para no alimentar falsas expectativas… ni lo contrario. En año electoral se acostumbra a arrojar expectativas bajas para superarlas con facilidad y que la realidad aparezca, ahora como “buena noticia”.
En el caso de las proyecciones presupuestarias que, antes de ser promulgada como ley, en el inicio de la semana, ya comenzó a tener correcciones por parte de las consultoras privadas. La previsibilidad, la inseguridad del diagnóstico ya habla de un dólar a $ 50 no a $ 40,10 y una inflación “diciembre diciembre” de casi 30 %.
Hay razones para pensar que las proyecciones pueden ajustarse un poco más a la realidad, excepto a lo que responde al marco internacional que es bastante difícil de diagnosticar en la actual situación de tensión comercial. Pero el año impar y electoral ayuda a no creer, demasiado, en un suicidio electoral del oficialismo, al menos, en la incapacidad ante las proyecciones.
El dólar, debería haber ganado el Martin Fierro 2018, el Olimpia, el Konex y, sobre todo, el premio Clarín. Con lo que resulta el avance del valor extranjero sobre la soberanía argentina en cuanto a la independencia en sus decisiones que, clara y objetivamente, es lo que, mayormente, se ha devaluado en la Argentina.
La cotización de la credibilidad está a la baja y se desploma, proporcionalmente, diariamente. Esto que podría ser un dato electoral, seguramente lo es, preocupa en cuanto a la cultura que se instala y la carencia de patrones mínimos para la proyección y planificación colectiva de la sociedad. El daño de los yerros no perjudica a un partido, a un político, siquiera es tan grave a la mala imagen de la propia política. Lo que altera es el orden y la confianza en una dirigencia empresarial, económica y hasta corporativa que rompe el tejido social desde arriba, por abajo y hacia los costados.
Esa desintegración de un cierto orden constituyente es el daño más grave a heredar, en los años venideros y que no aparece en los índices de los tecnócratas. La crisis de confianza ha sido letal en este 2018, en que la imagen de Washington o Lincoln, ha subido en las encuestas a manos de la caída en picada del Roca y de los nuevos animalitos autóctonos que ilustran nuestra moneda nacional, que pocos están dispuestos a elegir luego de semejante engaño.
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