Un pampeano corrió una ultramaratón y al día siguiente escaló el Aconcagua
La historia de Sebastián Martino se remonta hace 39 años cuando nació en la localidad bonaerense de Pehuajó. A los cinco años Sebastián se mudó a Santa Rosa y por esta razón, se considera bien pampeano. No solo porque vive en la capital pampeana, sino porque la “ama”. Desde chico, Martino experimentó el amor por el deporte, la aventura y la incertidumbre que ambas disciplinas encierran.
“Me gusta correr y me gusta la montaña”, resume el hombre al indicar en el 2010 conoció el Lanín y se propuso subirlo. Comenzó a entrenar por su cuenta y a descubrir la pasión por ambas actividades. Ese mismo año por cuestiones laborales se trasladó a San Luis dónde comenzó a ir sólo y hacer sus primeros trekking en las Sierras Puntanas de Jean y zapatillas de lona. En el 2012 conoció el Aconcagua en un viaje turístico a Mendoza.
Sebastián es técnico de la Cooperativa Popular de Electricidad de Santa Rosa (CPE) y deportista desde hace muchos años. “En el 2010 ya tenía mi sueño de hacer cumbre en el Lanín y en el 2012 soñaba con el Aconcagua”, ejemplifica.
El amor por la montaña nació casi al mismo tiempo que su afecto por correr carreras de trail, competencias de running que se realizan en montañas, senderos y espacios naturales en lugar de asfalto. Tras mucho esfuerzo, sacrificio y entrenamiento enfocado, el montañista y corredor materializó sus objetivos. Pero por separado.
Nunca sabría que dos sueños los podría realizar de manera simultánea y en menos de una semana. “En el 2016 debuté en mi primera carrera de trail y al año siguiente hice la primera cumbre en el Aconcagua, en el 2018 corrí mi primera carrera de ultradistancia, los 60k del cerro Áspero, y es mismo año logré hacer cumbre en el cerro Mercedario, la 8va montaña más alta del continente”, recuerda al ponderar que “si uno se prepara a fondo puede hacer grandes cosas”.
Los meses pasaron. También los años. Los retos. Los desafíos. La pandemia. Todo fue parte de un proceso que ayudó al deportista a hacerse cada vez más fuerte sobre todo de la “cabeza” para lograr todo lo propuesto.
Necesitado de mejorar, hace poco más de un año y medio Sebastián comenzó a entrenar con el equipo del profesor y kinesiólogo Maximiliano Zanessi. “Necesitaba mejorar y estar con un grupo te motiva mucho a seguir avanzando, y seguir por el camino de hacer ambas cosas: trail y montaña”, explica al ampliar que a ese entrenamiento ya más “profesionalizado” le sumó mucho trabajo en gimnasio, con Mati Roncatto. ¿El objetivo?. Por ahora, no lo tenía claro.
Con el correr de los días, a Martino se le ocurrió una idea que para el resto de los mortales, y también de los deportistas, profesionales o aficionados, podría parecer una completa locura. Correr una ultramaratón, la disciplina más exigente del running y, al día siguiente, escalar el Aconcagua y hacer cumbre.
Dos sueños y un amigo
Sebastián se preparó “con todo”. Desde el primer momento no dejó nada al azar. Hizo todo lo que tenía que hacer. Estudió, aprendió técnica, mejoró los errores y se puso una meta fija en la mente que lo llevaría a intentar su aventura más osada.
“Mi preparación, para este objetivo, comenzó en julio del 2022 cuando me inscribí a la ultra de Aconcagua”, indica y ya en diciembre corrió una ultramaratón de 60 kilómetros en Ushuaia para comenzar a fortalecer su cuerpo y su cabeza en la ultradistancia, También ese mismo mes se realizó un chequeo general y cardiológico cuyos resultados dieron bien, y quedó apto para realizar este tipo de deporte.
“En enero había que afinar los entrenamientos en el gimnasio y el trote con el team, focalizados en ser más cardios y explosivos, buscaba obtener más capacidad pulmonar, sabiendo lo que me esperaba, correr en la altura”, explica.
A la cordillera
“Los primeros días febrero partí rumbo a Mendoza, comencé con un trabajo de aclimatación acompañado por mi amigo y ultramaratonista Fabián Herlein: nos fuimos a Vallecitos y estuvimos cinco días subiendo en la altura, dormimos tres días a 4250 metros y llegamos a los 4900metros”, precisa. ¿La meta? Que el cuerpo se adapte al frío y sobre todo a la altura.
Correr por el Aconcagua
Tras un intenso trabajo de aclimatación, el 11 de febrero de este año Sebastián comenzó a hacer realidad su sueño. “Bajé de la altura, donde me estaba aclimatando, me acredité en Uspallata, y me largué a correr la ultra trail de 60 kilómetros en el mismo Aconcagua”, dice.
La carrera se llama “Aconcagua Ultra Trail” y la organiza el Spartan Trail World Championship, una organización que está compuesta por una serie de carreras alrededor del mundo que combina lo mejor de lo mejor y justamente Aconcagua fue el escenario del cierre del campeonato Mundial de Trail.
“Largamos a las 4 de la mañana en Penitentes, que son un unos 2600 metros de altura, noche oscura, temperatura ideal, fuimos por el costado de la Ruta 7, pasamos por el cementerio de los Andinistas, la Aduana, Puente del Inca, Horcones (Parque Aconcagua), y subimos al campamento Confluencia a 3450 metros. Con temperaturas de -5 bajo cero llegué al punto máximo de la carrera, que es Plaza Francia a 4250 metros. Ahí pude observar la imponente Pared Sur del Aconcagua con sus casi 3000 metros de verticalidad hasta su cumbre. La emoción de saber que pronto volvería. Luego vendría el retorno y la bajada, había que cuidarse aún faltaba la otra mitad de carrera, ya al mediodía y de nuevo en Horcones, el calor empezó a sentirse. La montaña tiene eso, la amplitud térmica es muy grande, pasas de -5° bajo cero a la noche a 27°c de calor al mediodía” cuenta.
¿El resultado? Mejor de lo esperado: “Me fue muy bien, terminé la carrera en ocho horas, lo que me sorprendió”, indica.
Sebastián llegó “entero” de la carrera. Pese al extremo esfuerzo físico se sentía en condiciones por demás de óptimas. Y, la motivación fue infinita. Al punto de querer más y sin dudar ni un segundo fue en búsqueda de su segundo sueño. Y en apenas unas horas.
“La carrera terminó el sábado, descansé el domingo, y el lunes, salí de nuevo trotando a hacer cumbre en el Aconcagua, la cima más alta de América”, afirma al destacar que “sabía que era una locura, pero quería hacerlo, lo tenía en la cabeza y nada me lo iba a sacar”.
El lunes era la fecha límite para ingresar al Parque Aconcagua, previo efectuó on line todos los trámites correspondientes para realizar el ascenso. “Hice el primer tramo corriendo, a mitad de camino me tocó el chequeo médico en el campamento Confluencia, tuve que firmar otro deslinde, porque el guardaparque recomienda quedarse un día en ese lugar para aclimatar, pero yo estaba aclimatado y el control médico dio “ok” apto para continuar. Por suerte pude seguir con el plan. Ese día si o si tenía que llegar a Plaza de Mulas a 4300 metros, el campamento base donde me esperaba el equipo de alta montaña”, sostiene al agregar que ese día llegó y armó campamento, se realizó el segundo chequeo médico y dio bien, listo para seguir al día siguiente el ascenso a los campamentos de altura.
“Durante el segundo día fui a los 5 mil metros subiendo a un hermoso cerro llamado Bonete a 5050 metros, y al día siguiente me fui con todo el equipo a Nido de Cóndores, a 5500 metros de altura donde armé la carpa nuevamente”, dice al ampliar que al otro día efectuó el ascenso al campamento Cólera a 6000 metros para reforzar la aclimatación, y volvió a dormir a los 5500 metros, en Nido de Cóndores.
“Al otro día, ya la quinta jornada, no pude salir de la carpa e intentar cumbre porque el clima estaba muy feo y había mucho viento”, dice.
Sebastián comenzó a sufrir diarrea por la mala calidad del agua que tenía que tomar en la altura y todo tipo de congestiones. La situación era complicada, hasta pensó por momentos si empeoraba, no dudaba en bajar, pero estaba fuerte, de cabeza y de físico. “Es increíble lo que me sucedía con el cerro, sentía que me estrujaba como a un trapo, sobretodo por la noches era realmente insoportable, pero al día siguiente me soltaba un poco como diciendo, dale te voy soltar un poquito para que no te bajes, y yo simplemente estaba ahí, aguantando y focalizado en salir y trepar”
El cerro manda
“El sábado, a las 4.45 am, salí del campamento Nido de Cóndores, donde se unió otro chico, que no pudo seguir hasta la cumbre por el frío y las malas condiciones. Llegando a los 6200 metros comenzó amanecer por lo que intenté encender la cámara y la batería estaba agotada por el frío, mientras observaba cómo pegaban la vuelta varios montañistas, porque venían muy débiles. Seguí rumbo a Independencia a 6400 metros, aquí fue obligatorio colocarme los crampones y continué hacia la famosa Cueva de los 6600 metros, ahí encontré a varias expediciones con clientes. Nadie hablaba, sólo se escuchaban sus respiraciones. Quedaban los últimos 400 metros de desnivel y la famosa canaleta empinada del Coloso, era el momento de cambiar la marcha, pensaba, sino la altura me va a bajar sin dudar. Contaba 8 pasos y respiraba 3 veces, ese fue mi ritmo de marcha por 2 largas horas. Otros caminaban 2 pasos y respiraban 3 veces, imaginen la complejidad”, describe. Por suerte la montaña le dio permiso y lo dejó subir.
Más alto que los cóndores
Martino, convencido, caminó solo hasta lo más alto: a 6.961 metros de altura. “El 18 de febrero a las 13.30 hice cumbre en el techo de América, el Aconcagua, la segunda montaña más alta del mundo fuera del cordón de los Himalayas. Una vez arriba estuve media hora contemplando la cumbre y viendo de arriba lo que una semana atrás veía desde abajo, fue muy fuerte y emocionante ese momento, inexplicable. Emprendí el regreso sólo, la bajada fue tediosa y dificultosa porque se tapó todo, pero nunca perdí la calma siempre conciente de cada decisión, bajaba, bajaba y bajaba…sentí que el cerro de alguna manera me cuidaba,” sostiene.
Sebastián llegó al campamento Nido de Cóndores 5500, armó la mochila con todo el peso nuevamente, le convidaron un té caliente y gomitas, el cuál lo revivió, tomó fuerzas y con un clima muy frío, inestable y nevando bajó hasta la Plaza de Mulas ese mismo día: a las 21.30 llegó y pudo ver a sus compañeros que lo esperaban con comida caliente.
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“Al día siguiente, ya alimentado y descansado me levanté, armé la mochila y la carga para el posterior traslado en las mulas. Realicé el descenso corriendo desde Plaza de Mulas 4300metros directo a Penitentes 2600metros, frené en la base, me certificaron y comprobaron la cumbre y seguí corriendo hasta el Refugio Cruz de Caña, Penitentes, un total de 37km en 4:08hs”, dice. Y amplía: “Hice los últimos kilómetros corriendo por el costado de la ruta 7 mientras que a partir de ese momento la carga me la trasladaban en las mulas”.
Cuando llegó abajo, Sebastián se encontró con una imagen que guardará por siempre en su retina. “Estaba mi vieja esperándome, fue una llegada hermosa, no lo podía creer lo que había hecho, fue todo de manera autónoma, sin guías, sin porteadores, pero en ningún momento dejé nada al azar, estaba con todos los equipos, con toda la seguridad, y con la preparación requerida para este tipo de travesías”, indica.
Martino rememora que fue la experiencia más importante de su vida y que la logró porque la hizo desde abajo y siempre respetando el proceso de aprendizaje. “No hace falta tener grandes cosas, ni grandes marcas, todo sale bien cuando te lo proponés de verdad y realmente te gusta: más lejos, más alto, la vida es afuera, que nada te detenga y que el corazón mueva tus piernas”, cierra el deportista recordando una conocida frase de montañistas y traileros.